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Países nórdicos, paraíso de la socialdemocracia y del Estado del bienestar. Donde la gente paga sus impuestos y funcionan los servicios sociales. Más arriba de Alemania, tanto que parece que la emigración del Sur se detiene en este país. Pero no. Y la reacción es tan o más furibunda que la de la mayoría de países europeos, pongamos por caso Austria o Hungría. Por ejemplo, Finlandia. La meca de la educación pública que maravilla al mundo por la bondad de sus métodos y resultados vota masivamente programas racistas: el partido xenófobo Verdaderos Finlandeses quedó a un solo voto de ganar las últimas elecciones.

No queremos extranjeros pobres, como tampoco Trump al ganar la simpatía de los americanos prometiendo un muro para frenar a los panchitos. Cerrar fronteras, alejar a los inmigrantes, encerrarlos en sus fronteras o en campos de concentración. Europa paga a Turquía y Marruecos para mantenerse a salvo y dificulta el rescate marítimo en el Mediteráneo. Pensábamos que el Norte civilizado era distinto, por mucho que la exploración de las oscuridades nazis que Stieg Larsson desplegó en ‘Millenium’ nos acercasen a un retrato de la sociedad sueca más que inquietante. Pero todo esto se queda pequeño ante la iniciativa danesa (sí, la patria de la serie ‘Borgen’): se acabó el derecho al asilo.

La solución final pasa por subcontratar a un país pobre del continente africano para descargar allá a todo extranjero que llegue sin papeles huyendo de la guerra o la miseria. La nueva ley ya ha sido aprobada por aplastante mayoría. A partir de ahora, quienes busquen el paraíso danés irán a parar a Ruanda.