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Llegué a casa tras un breve paseo. Al abrir la puerta había una notificación de Correos en el suelo. Es curioso que sea precisamente el cartero quien no utilice el buzón bien visible situado en el medio de la puerta, cuyo recubrimiento de latón con la palabra ‘Cartas’ debería sugerirle algo.

Inmediatamente, antes de explorar el papelito con la trompeta de Correos, hice un recorrido mental por los posibles remitentes. ‘No he comprado nada recientemente’, de manera que me voy a sorprender. Hasta que, en algún lugar de la notificación, escrito de forma casi ilegible, veo ‘Hacienda’. No, pues no me voy a sorprender.

Es leer esa palabra y automáticamente en mí, que soy un contribuyente honesto y responsable, se desencadenan toda clase de especulaciones, suficientes para sumirme en la ansiedad. ‘¿He presentado la declaración de la Renta?’. Recuerdo haberla hecho, ¿pero la llegué a presentar? Hace dos o tres años, hice la declaración en los primeros días y la presenté inmediatamente, pero después descubrí un error cuya subsanación fue absolutamente kafkiana, razón por la cual desde entonces me propuse nunca presentarla antes del final del plazo. ‘¡A ver si este año la hice y se me olvidó presentarla!’. Pero no, tonto de mí, me olvidaba que el mes pasado me cayó un terrible cargo porque la declaración me salió a pagar. Si la Renta está presentada, ¿qué demonios dirá la notificación?

Siempre tengo alguna operación fiscal que no es absolutamente ordinaria, en la que puedo haberme equivocado. ¿Algún papel estará mal? Lo más complicado, sin embargo, estaba en la declaración de la Renta de este año, que no ha dado tiempo a ser procesada. ¿Y qué hice yo hace dos años que pudiera estar mal?

Aunque nunca he intentado engañar a Hacienda –más allá de lo que hacen incluso los propios inspectores, y siempre mucho menos que los ministros del ramo– me quedé preocupado. Ahora empiezo a recordar que con frecuencia, antes de las vacaciones, recibo estas notificaciones. En un caso –¡ojalá sea esto!– me comunicaron que había un error material en una operación y que tenía que pagar veinte euros, sin intereses, al apreciar que no había voluntad defraudadora. Ya sabemos que nuestras autoridades, una vez han acabado con el dinero negro, van a por los errores materiales que generan impagos de este volumen, utilizando un procedimiento administrativo que tiene un coste probablemente superior al importe a recaudar.

Pero bien podría ser algo peor. A ver si me va a caer una complementaria de varios miles de euros. Pero no es posible porque ellos ya tienen toda la información. De hecho, la declaración de mi renta la hace Hacienda, no yo. Un asesor fiscal amigo –al que no acudo porque pese a ser amigo me cobra un pastón por la declaración– siempre me dice que si uno acepta la declaración que Hacienda elabora y contiene un error, el responsable es el contribuyente, no Hacienda. Claro, ¡cómo iban a sancionarse a sí mismos!

Esta vez, aunque Correos no me encontró en casa, me pude informar de la notificación apenas al día siguiente, porque estaba en Mallorca y tenía vacaciones. Una angustia de unas horas es menos angustia. Salvo que entonces empiecen los problemas de verdad. En todo caso, hay que esperar. Debería estar contento porque en el pasado un aviso similar me llegó cuando estaba emprendiendo un viaje de varios días –uno tiene esas cosas: en verano viaja– y la incertidumbre se prolongó durante días y días; excepto que, desde el lugar de vacaciones, se envíe una certificación para que un familiar recoja la comunicación.

Todo muy relajante. Esto significa que en medio de la Alhambra o cuando visitas una casa típica de la Selva Negra, te viene a la cabeza la notificación: ‘¿Estaré disfrutando de mis últimos momentos antes de que me tenga que someter a una inspección que me destripe?’.

Opté por no compartir con nadie esta espiral enloquecida que me monté yo solito. Hasta que, finalmente, fui a Correos y recogí la notificación: «Firme aquí, y aquí». Arrancan el acuse de recibo y me hago con el sobre. Como si fuera un ejercicio de resistencia y autocontrol, vuelvo a casa sin abrir la carta que habría devorado en la propia oficina, antes incluso de firmar. Al llegar, demostrándome falsamente que no me preocupaba, la dejé en una mesa unos minutos mientras hacía como que si no me interesara.

Al final, era una sandez del Catastro, que no tiene mejor idea que poner en todas sus comunicaciones que es parte del Ministerio de Hacienda. Lo es, pero eso es ir con el armamento pesado por delante.

Ahora, a esperar al año que viene, unos días antes de las vacaciones. Y a sufrir otro rato.