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Las democracias, que pasaron sus horas más bajas en el periodo de entreguerras, adquirieron, tras el triunfo sobre el fascismo y el fracaso del comunismo, una popularidad que convirtió la democracia en objetivo de muchas sociedades. Hoy, los resultados de las encuestas coinciden en que más de la mitad de los ciudadanos que las disfrutan no están satisfechos con su funcionamiento. La frustración con la clase política y la inestabilidad económica son las causas principales. Al ser la democracia un ideal, dependerá de la calidad humana de los políticos que la lideren, que esta se dirija a su plenitud o a su degradación.

Su fundamento es ejercer la acción de gobierno mediante acuerdos de los que queden fuera la menor cantidad de ciudadanos posible. Su declive comienza cuando el político prescinde de los consensos y olvida que es un servidor público cuyo objetivo no es otro que perseguir el bien común. Aparece la ambición de poder, prima el interés particular y el sistema adopta tics autoritarios que lo ponen en peligro.

En España hemos sufrido este proceso de forma progresiva y se aceleró con la guerrilla ideológica que Zapatero inició al llegar a La Moncloa. En la Transición abrazamos un proyecto común: incorporar España al grupo de países democráticos avanzados. Hoy, ese proyecto ha sido sustituido por una egoísta fuerza centrífuga que impulsa a cada trozo del país a alejarse de los demás, a buscar diferencias o inventarlas, a devaluar lo común: idioma, historia, símbolos, instituciones… Han desaparecido los grandes consensos, el jefe del Gobierno y el de la oposición ni se hablan fuera de los rifirrafes del Congreso envueltos en discursos de odio. Y como conseguir una mayoría para aprobar las leyes es cada vez más difícil, la política se ha convertido en un mercado persa en el que bienes materiales e inmateriales, propiedad de todos, se truecan en el vergonzoso chalaneo que precede a cualquier acuerdo, agrandando la cada vez mayor desigualdad entre los españoles.
Hoy, los vascos incorporan a sus competencias la gestión de las prisiones, Marlaska ha culminado el acercamiento de presos a Euskadi. En pocos días los veremos paseando por La Concha. Es la factura por el apoyo del PNV.