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La mera idea de que Donald Trump esté planeando la posibilidad de presentarse a las próximas elecciones presidenciales resulta inquietante, y si por añadidura una amplia base electoral republicana le reclama como «necesario», la sensación que ello puede causar adquiere el carácter de espeluznante.

Sí, ya que todos los habitantes del planeta somos conscientes de vivir unos momentos de tensión en los que la chispa de uno, o varios, conflictos de incalculables proporciones puede saltar de no proceder quienes gobiernan el mundo con la mesura adecuada. Ello, obviamente, nunca ha sido ni será el caso de Donald Trump.

Pese a tales circunstancias es algo comprobado que en Estados Unidos puede estar produciéndose una maniobra, en absoluto frívola, de resurrección política de Trump. Colaboradores, algunos tan próximos como el que fuera su vicepresidente, Mike Pence, que renegó de él en términos que no admitían duda han optado por reanudar relaciones con él.

Recordemos que en su momento Pence se negó a cumplir la orden de su presidente en cuanto a rechazar y anular el resultado de las elecciones, y que ello le supuso el «odio» de la multitud adicta a Trump hasta el punto de que tuvo que ser protegido en la estancia del Senado en los peores episodios del asalto al Capitolio. Un ultraje a la democracia que los partidarios de Trump juzgan como algo que se ha magnificado a fin de «distraer» al público respecto a los problemas por los que atraviesa Biden.

En fin, nadie puede negar que en las últimas elecciones 74 millones de norteamericanos votaron a Trump. Lindeza de la democracia que, según Lowell, da a cada uno el derecho de ser su propio opresor.