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La fiesta de Todos los Santos fue el día propicio para pensar en la santidad. Miguel Ángel, al escoger el bloque de mármol en el que esculpiría la figura de Moisés, para llegar a contemplar la escultura, ya imaginada, sólo se requería quitar a golpes calculados lo que sobraba en aquella masa informe. Para realizar la santidad en el hombre, Dios está esculpiendo la imagen de su Hijo en el bloque humano, haciendo que se retire todo lo que estorba. Todos los santos y santas, a lo largo de sus vidas viven la experiencia de esta metamorfosis o transformación espiritual. El día de Todos los Difuntos nos hace pensar en la muerte. Francisco de Asís la llamaba hermana muerte, y se atribuyen a Santa Teresa aquellas palabras memorables: «Ven muerte tan escondida, que no te sienta venir, porque el placer de morir no me vuelva a dar la vida». San Pablo decía: «Para mí, morir sería una ganancia». La muerte –decía S. Ambrosio– no existía primeramente en la naturaleza. Dios no la instituyó. Nos la dio después como remedio. Por culpa del pecado vinieron los males, que tenían que finalizar. La muerte, gracias a Jesús es tránsito a una nueva vida.