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Mis preocupaciones en esta columna suelen girar en torno a problemas, denuncias, amenazas e insuficiencias. Pero, tal vez porque se acerca la Navidad, hoy prefiero remarcar y reivindicar que todos los problemas, tragedias y sinsabores actuales son mucho más llevaderos que los de nuestros antepasados.

Nuestros antepasados dedicados a la caza y la recolección de alimentos vivían en una precariedad absoluta y cuando, a partir del neolítico, aparecieron las primeras organizaciones políticas, la cosa fue relativamente bien para las élites que detentaban el poder político y religioso, pero al resto del personal se le consideraba poco menos que escoria.

Más adelante se forjaron los grandes imperios y se sofisticaron sus organizaciones políticas, esas que aparecen en algunos libros de historia como si fueran hazañas civilizatorias, pero lo que no cambió, en ningún caso, es que el personal de a pie no pudiera tener ni voz ni voto.

¿Sabéis cuando empezaron a votar hombres de a pie en algunos países más avanzados?: a finales del siglo diecinueve. Las mujeres han tenido que esperar pero en la mayoría de países ya lo han conseguido.

Las desigualdades económicas y de genero son aún enormes enormes en muchos aspectos pero el mundo, como decía al principio, va hacia delante.