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Hay políticos que hacen carrera despotricando contra la política, y acusando a sus rivales de ser políticos y atacarles por motivos políticos. También hay ideólogos que aborrecen a muerte cualquier atisbo ideológico, al considerarlo causa de todos los males, y condimentan sus discursos a favor de la libertad, muy ideológicos, con aullidos abominando de todas las ideologías. El mochuelo, por su parte, es una rapaz nocturna regordeta, de grandes ojos amarillos y tendencias antisociales, que si bien está considerado el símbolo de la filosofía y como tal venerado por los antiguos griegos, odia la filosofía con todas sus fuerzas. Y la política, y las ideologías. Como nunca escucha a nadie no tiene orejas, otra virtud política muy útil, por lo que si en vez de agudos chillidos aprende a aullar como los grandes animales políticos mencionados, su éxito popular está casi asegurado. Nuestro ideólogo aullador, en realidad un mochuelo de los que atraen la muerte, al principio sólo chistaba sin ninguna convicción, pero pronto aprendió a ulular cuando disertaba sobre temas polémicos (caza de ratones, reparto de olivos, educación de los polluelos), y luego ya a lanzar sobrecogedores aullidos cuando en las discusiones surgían asuntos ideológicos (quiénes somos los mochuelos, de dónde venimos, a dónde vamos, quién manda aquí). Observó entonces que cada vez que aullaba tenía más seguidores leales, cosa notable puesto que los mochuelos nunca siguen a nadie, son rapaces individualistas con ojos como platos. Más seguidores significan más comida y más mochuelas, ventaja importante por más que te jactes de ser monógamo, y así fue como nuestro ideólogo aullador, flagelo de ideologías, se convirtió en el líder ideológico de todos los mochuelos. ¿Todos? Todos, queridos niños y niñas. Porque eran todos como él, demasiado individualistas para soportar ningún líder, ni acatar consignas ideológicas. ¿Y cómo le fue al ideólogo aullador? Ah, muy bien. Milagros de la zoología. Fundó una docena de hogares, todos monógamos, en una docena de hermosos olivos, y cuando por razones de edad su aullido contra todos los ideólogos y políticos se debilitó, le sucedieron sus hijos en el cargo honorífico.