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El domingo vimos una de las hazañas más importantes de la historia del deporte. Rafa Nadal acababa de ganar su Grand Slam número 21. Una leyenda estaba jugando en la pista. ¿«Estás cansado?» le preguntó Medvedev, su adversario, bromeando.

«Ha sido un honor compartir contigo uno de los partidos más emotivos de mi vida», le contestó Rafa. «Hace un mes y medio no sabía si jugaría más al tenis, y hoy tener aquí este trofeo… se quedará en mi corazón para siempre».

Glosar la figura del mejor deportista español de todos los tiempos, me provoca una extraña ansiedad y un inédito complejo, porque no sé qué adjetivo emplear. Cuando gana, bueno; y cuando pierde, mejor; porque ya no se sabe dónde guarda la excelencia: si en la victoria o en la derrota, porque puesto a dar ejemplo Rafa es la unidad de medida de todos los valores: arrojo, confianza, sacrificio, humildad, paciencia, templanza. Virtudes de las que hoy andamos tan escasos.