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Ha comparecido (a su manera) la primavera; es jueves, el domingo toca adelantar el reloj a las tres cuando den las dos y, por tanto, este de aquí sólo puede ser el artículo sobre el cambio al horario de verano. Es cierto que puede despistar un tanto esta alusión tan visible, y casi recién iniciado el texto, al Ministerio de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática. Quizá se deba a que el BOE publicó el 15 de marzo una orden ministerial informando de que se prolongaba ese ritual (el del cambio de hora) hasta el 2026; al menos mientras una comisión de personas expertas analiza una directiva de la UE acuerda si dejarlo sin efecto. El BOE nunca da puntada sin hilo, se le tiene por un periódico fiable y lo que publica es de buena fuente.

Quizá sea por eso que este artículo que lleva por título (ver más arriba) ‘Advertencias ante el cambio de hora’ recoja un entrecomillado muy largo (reproducción literal del BOE del 15 de marzo) con las razones ministeriales para dejar, de momento, las cosas como están: «No era aconsejable producir ningún cambio precipitado en los husos horarios mientras no existiese un consenso compartido y una difusión práctica a nuestra ciudadanía de los riesgos y oportunidades que eso comporta».

No un asunto menor esa referencia a «los riesgos» de adelantar un reloj. Que quede claro: sólo hay que adelantarlo una hora. Ni dos ni tres. No vaya a suceder como cuando, en algún octubre de los años veinte de este siglo, a mucha gente se le fue la mano (no creo que sólo a una persona) al retrasar el reloj y llevó las agujas tan atrás que no nos situamos sesenta minutos atrás, sino muchos años. Es probable que retrocediéramos a los años veinte del siglo pasado, que estemos agotando ya los treinta y entremos en los cuarenta. Avanzando ordenadamente hacia atrás, eso sí. Tampoco hay que pasarse, pues, el domingo al adelantar la hora.