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El Gobierno más feminista y progresista de la historia promueve una ley que afecta a varios aspectos de la vida de la mujer. En principio –sin haber leído la letra pequeña– olé a todo. Ya está bien de tratar a las féminas como a menores de edad que deben ser en todo momento tuteladas por hombres. Esa concepción del mundo tan victoriana va quedando atrás, aunque con demasiadísima lentitud. Sin embargo, hay quien lamenta que no se haya aprovechado la tesitura para decretar una rebaja en el tipo impositivo que afecta a los productos específicos para la higiene femenina. Léase compresas, tampones y supongo que esos artilugios contra las pérdidas de orina que usan las mujeres mayores.

Ahí ya no estoy tan de acuerdo. Básicamente, porque nos devuelve de un empujón a esa era victoriana de la que tratamos de huir desde hace ciento cincuenta años. Lo que el Gobierno tiene que procurar es que todas las mujeres de este país con ganas de trabajar tengan un empleo bien pagado. Como cualquier hombre. Con un salario digno –y no las miserias que se escuchan por ahí, cada vez más humillantes– toda mujer podrá comprar compresas, tampones o lo que quiera.

No necesitamos tutela, protección, esa denigrante sensación de que te están haciendo favores todo el rato porque eres débil y necesitas a alguien fuerte a tu lado. Lo que exigimos es dignidad y una de las bases fundamentales para obtenerla es la prosperidad: trabajo para todas y salarios que permitan desarrollar una buena vida.