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Durante los últimos siete años Baleares ha tenido una dirección general para el cambio del modelo económico. Desde hace tres años también tenemos una conselleria que se dedica a este cometido. Nunca supimos exactamente en qué consistiría el nuevo modelo económico, porque en el marco jurídico en el que nos movemos no es sencillo que los gobiernos puedan cambiar la estructura productiva a su gusto. Tras siete años, en 2022 Baleares rozará los veintiún millones de turistas, un treinta por ciento más que en 2014, cuando prácticamente alcanzamos los dieciséis millones. Un incremento del treinta por ciento en el número de turistas es un cambio, desde luego, pero me temo que ese no era el resultado esperado. Tampoco creo que sean parte del nuevo modelo lo que este mismo periódico ha venido contando estos días: menos oferta de vivienda pública, más megaricos que nunca, pero también más pobres, etcétera.

¿Qué provoca este aumento indeseado del turismo? Cada uno busca causas donde le conviene. Algunos culpan al aeropuerto, otros a las aerolíneas de bajo coste, otros a los hoteleros, eludiendo lo obvio: un turista sólo viaja cuando tiene alojamiento y en estos años nosotros hemos incrementado el número de plazas ofertadas en un treinta por ciento.

Por si alguien duda, hace apenas tres meses, en una sesión parlamentaria, la presidenta Armengol recordó a quien se sientiera aludido que ella había permitido la vivienda vacacional en Baleares («la Ley de Turismo que se tramita no toca para nada las plazas de alquiler de turístico vacacional. (...) De hecho, quien las reguló fue nuestro Govern. (...) Estas plazas, las noventa mil, son plazas que se regularon en 2017, son plazas que siguen vivas». (17 de mayo. Boletín del Parlament, número 120, página 7.442).

Baleares añadió al menos noventa mil plazas, probablemente más porque su control es casi imposible. Teníamos algo más de 420 mil plazas hoteleras y ahora añadimos estas cien mil más. Los socialistas se ponen la medalla, pero no hay que olvidar dos datos adicionales: el silencio de Més y de Podemos hizo posible este estropicio y, por supuesto, si por el Partido Popular fuera, habríamos legalizado hasta el alquiler de los puentes de las autopistas.

En medio de todo el concienzudo discurso ecologista, en el que todos compiten por mostrarse más sensibles que el otro, Baleares aumentó su oferta de alojamiento. Lógicamente, a más demanda, más vuelos, más coches de alquiler, más todo, como nos advierten los mismos ecologistas cuando gobierna la derecha.

Amadeu Corbera, el presidente de los ecologistas, recordaba que «no hay que olvidar que fue Biel Barceló (secretario general de Més, a la sazón conseller de Turismo) quien permitió el alquiler turístico.» Y explicaba que uno de los motivos por los que se aceptó este disparate era porque «se hablaba de democratizar el turismo frente a los hoteleros».

Ahí puede estar la raíz de la saturación que vivimos: había que fastidiar a los hoteleros, hacerles daño como fuera, incluso como ha ocurrido, dañándonos todos. Tal vez pensaban que habilitando cien mil plazas de alojamiento más, los turistas se irían de los hoteles a las casas particulares. Al final, ha habido turistas para todos y se ha saturado la Isla aún más de lo que estaba.

Para más desgracia, este desastre está siendo cuidadosamente tapado porque todos, quizás salvo Terraferida, disimulan. La derecha se ha quedado cincuenta años atrás y, como en los tiempos en que se construían los hoteles de Magaluf, aún sigue diciendo que necesitamos más turismo. Pero la izquierda tiene el agravante de pretender presentarse como ambientalista, defensora de la economía circular y, al mismo tiempo, haber llevado el Archipiélago a la situación actual. Todo con el silencio de los ecologistas, que están ansiosos de que vuelva el Partido Popular para desempolvar las pancartas. Y quien habla de los ecologistas habla de los presuntos intelectuales de las Islas, a quienes, salvo el catalán, todo lo demás les importa una higa.

La única razón para decir una cosa y hacer la contraria es la necesidad de ganar las elecciones. Cien mil plazas son miles y miles de propietarios contentos, dinero fresco, votos asegurados. Nada sorprendente, salvo que todo esto es contrario a la protección del medio ambiente y enemigo del futuro. Nos preocupa la Isla, pero la tentación de tener un ingreso extra garantizado es irresistible.

Yo creo que esto nos inhabilita como sociedad para ser críticos con los hoteleros. Más que parecernos realmente mal la ‘balearización’ de los sesenta, lo que de verdad nos molestaba es no haber sido nosotros los beneficiados.