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Todos sabemos que los políticos de alto rango están desconectadísimos de la realidad, pero estoy segura de que en la actual situación hasta Alberto Núñez Feijóo se ha enterado de que Vladímir Putin está coqueteando con la idea del apocalipsis, que miles de ucranianos lo están viviendo en primera persona, que el Banco Central Europeo prefiere asfixiarnos al subir los tipos de interés con auténtica crueldad, que el cambio climático ha convertido el mes de octubre en un añadido del tórrido verano y que cuando al fin llegue el invierno quizá no podamos pagar la calefacción o la gasolina o la compra semanal, porque los precios andan disparados. Este señor se postula a presidente del Gobierno de un país que tiene muchos problemas.

Algunos gravísimos, como una cuarta parte de la población chapoteando en los niveles de pobreza, una generación entera sin poder salir de casa de sus padres por el precio de la vivienda, la precariedad de sus empleos y la miseria de sus salarios, y sus padres, cerca de la jubilación que sumará más pensionistas que nunca a unas cuentas ya endebles. Sin embargo, ahora que se diseñan los discursos electorales de cara al año próximo, los asesores de Feijóo le dicen que hable de la sedición. Esa extraña palabra que no le interesa a nadie y que no solucionará ninguno de los problemas de este país. Ni siquiera el único que él sí puede ayudar a resolver: la democratización del poder judicial, una ‘merienda de negros’ que es la vergüenza de Europa. Quizá es que el nuevo líder pepero no tiene respuesta para ninguno de los desafíos del país y huye por la tangente con esta estrategia. Tal vez prefiere no ganar las elecciones y quedarse en la cómoda oposición, lucrativa y facilona.