Después del naufragio, en una balsa a merced de las olas parecida a la de la Medusa que pintó el romántico Géricault, pero quizá más grande (del tamaño de una pista de tenis), unos mil y pico sociólogos, todos muy interdisciplinarios, debatían y se debatían por la supervivencia. No sólo la suya, claro está, pues al ser sociólogos, su prioridad era siempre la salvación del mundo, y de las sociedades humanas en general. Como era de suponer, al haber docenas de especialidades entre los sociólogos (economía, política, género, gestión cultural, publicidad, historia, psicología, etc.), cada una con sus sesgos propios, este millar de prestigiosos científicos sociales a la deriva, hambrientos y sedientos, muy asustados, sólo estaban de acuerdo en una cosa, que además no venía a cuento ni les ayudaba en su dramática situación. En que los doce apóstoles, incluido Judas, ya eran sociólogos. Precursores, pero sociológicos. Esto los psicosociólogos y los politólogos lo tenían muy claro, pero como en la balsa al albur del océano frente a las costas de Mauritania no había a quién predicar con esa «verbosidad nebulosa y pretenciosa» de la que hablaba Stanislaw Andreski en su célebre tratado Las ciencias sociales como fuente de brujería, el dato resultaba irrelevante y la cosa se ponía cada vez más fea, con episodios de canibalismo.
Fábula de los mil sociólogos
Palma12/12/22 0:29
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