TW
0

Se ha desvelado cuál es el arma secreta de la selección de Marruecos para llegar a dónde ha llegado y a dónde, ojalá, puede llegar a llegar: las madres. En efecto, las madres de los futbolistas marroquíes que han ido tumbando, uno tras otro, a equipos de tantas campanillas como los de Bélgica, España y Portugal en el Mundial de Fútbol, viajaron con ellos y asisten a cada uno de sus partidos a pie de campo. Cuando los Hakimi, Boufal y compañía meten un gol decisivo o celebran sus victorias en el pitido final, corren a besarlas, a abrazarlas y a bailar con ellas sobre el césped. El seleccionador marroquí, Walid Regragui, artífice en buena medida de los éxitos de su equipo pese a llevar solo tres meses en el cargo, tuvo una inspiración que le ha dado óptimos resultados: llevarse a las madres. Otras selecciones llevan psicólogos, hechiceros, novias, pero Walid, que sabe, porque es marroquí, que sus paisanos son muy madreros, se llevó a las madres, que, por lo demás, están disfrutando lo que no está en los escritos. Naturalmente, sus jugadores tienen, además de madre, mucha calidad y mucho pundonor, pero son las madres, que representan la voz de la tierra, sobre todo para los marroquíes transterrados de la diáspora migratoria, las que con su presencia están haciendo a sus chicos invencibles, o, cuando menos, supervivientes. Un diez por ciento de los marroquíes viven emigrados, en torno a un millón en España, y de estos, muchos sin sus madres. Los de segunda o tercera generación, en Francia sobre todo, sí las tienen, pero esos otros tres millones y medio que tuvieron que buscarse más recientemente la vida están viviendo los triunfos de su equipo como la recuperación, en términos de máxima dignidad, de su identidad natal. Puede que a los antifutboleros les choque tanto júbilo por el desenlace favorable de unos partidos, y puede, incluso, que les suene a insignificante el origen de esa alegría, pero la alegría es de verdad. Ganando su equipo, diríase que recuperan todos la tierra, la madre.