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Las Navidades son un invento comercial y financiero, y de ahí que en lugar de durar uno o dos días como manda la tradición religiosa, se prolonguen más de un mes, ya que así se genera más riqueza y se crean más puestos de trabajo. Precarios, es cierto, pero qué no es precario hoy en día. Algunos ni siquiera están remunerados por insuficiencias de la legislación laboral, pero que igualmente alguien tiene que hacerlos. Papás Noel de pacotilla, rellenado de pavos, ingenieros emocionales, técnicos en reciclaje de árboles navideños, falsos abuelos y cuñados para cubrir huecos, distribuidores de copos de nieve, contestadores profesionales de felicitaciones, supervisores de adornos domésticos, chefs a domicilio para gestionar sobras del banquete, etc. Cosas así, un tanto vagas y confusas, pero muy trabajosas. Y entre los puestos de trabajo acaso remunerados si hay suerte, están los diseñadores de frascos de perfume, los reponedores de bombillas del alumbrado urbano, los psicólogos de eventos (imprescindibles, claro está, para implementar ciertos eventos y sus consecuencias psicológicas), los constructores de atmósferas evocativas, los revendedores de lotería, los creativos publicitarios entrañables, los expertos en belenes gigantes, vivientes o no, los guionistas de discursos navideños para portavoces y líderes políticos, así como spots sobre las Navidades pretéritas, a fin de lograr de una vez unas fiestas (de por sí muy heteropatriarcales) más inclusivas y mucho más igualitarias. Sin residuos misóginos y fantasmales de las Navidades del año pasado. Los fenómenos religiosos tienen que convertirse en económicos para subsistir, y nada como las fechas navideñas para mejorar el PIB, ajustar balances y generar imaginativos puestos de trabajo. Temporales, desde luego, pero qué no es temporal y efímero a estas alturas. Fíjense bien en las dinámicas navideñas, y seguro que encuentran nuevos nichos de mercado, fisuras por las que emprender algo. Mejor si da de comer, porque sólo con ideas brillantes no cuece la olla, y no basta echarle mucha literatura a la Navidad. Que no tenga yo que explicárselo todo, aunque perfectamente podría alquilarme como falso abuelo navideño.