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Digo bisabuelos porque me consta que probablemente la mayoría de mis lectores son más jóvenes que yo, pero en mi caso podría decir mis abuelos. Recuerdo como, de niño, en los años 60 y 70, conocí pueblos y aldeas de Galicia, Castilla y la provincia de Alicante en los que el único adelanto era la luz eléctrica, y en muchas casas ni eso. Esas casas eran de piedra, ladrillo o barro, y tenían huerta y viña. Se cocinaba con leña, el agua era de pozo, la leche venía directa de la vaca, se criaban y mataban cerdos en casa y se hacían embutidos y salazones. Apenas había plásticos ni antibióticos. Los primeros vehículos de motor y bicicletas resultaban raros en aquellos parajes, en los que eran más habituales los mulos de carga y los carros tirados por vacas. La gente vivía casi incomunicada pero en familia extensa, con primos, sobrinos y demás parentela, apenas tenía formación y creía en un dios. Resumiendo: aquellas personas todavía estaban más cerca de las condiciones y formas de vida del Neolítico, cuando se inventó la agricultura, hace cinco o diez mil años, que de las de hoy en día. Es más: la historia humana (imperios antiguos, Roma, Medievo, Renacimiento, Ilustración) aconteció bajo esas condiciones.

¿Cuál es el mensaje que, a mi entender, nos aporta este interesante enfoque? Un poco el de siempre en mí, ya me conocen: resaltar el carácter de excepcionalidad de nuestros tiempos, tomar conciencia y perspectiva de lo raro, artificial y precario de nuestro mundo contemporáneo, que apuesta todo o nada a la tecnología. Damos por sentado que lo conseguido en los últimos cien años (transportes, turismo, informática, telecomunicaciones, urbanismo, medicina, hiperconsumo) nos acompañará ya para siempre, que lo que llamamos progreso es irreversible y que el cambio es la consecuencia de un largo, lento, maduro y sabio proceso de mejora. Pero la realidad se parece más a una explosión, a un bum repentino, a un experimento incontrolado en el que el planeta entero es el laboratorio. Nos hemos embarcado, súbitamente, sin reflexión ni plan, en una aventura de ámbito mundial y resultados inciertos. Sólo ochenta años nos separan del Neolítico, no es imposible acabar volviendo a él.