TW
0

Probablemente ya les he contado que soy muy aficionado a los relatos de fantasmas, y tan experto como se pueda ser en una materia muy tenue y volátil, afición que hago extensiva a los cuentos de hadas, puesto que los mejores, quizá no se habían fijado, tratan sobre el hambre. Gran tema. Y sobre monstruos enamorados. Es decir, trágicos. El caso es que yo tenía unos zapatos que he llevado todos los días durante treinta años, hasta que estuvieron tan agujereados, agrietados y hechos unos zorros que eran un verdadero tratado acerca del inmisericorde paso del tiempo, y ya no me los puedo poner en los pies porque se desmenuzan. Una amiga de buen corazón me regaló otros parecidos, creo que eso también lo he contado, a fin de que no siguiera atormentándola con la visión de semejante ruina, y tirase de una vez esos andrajos a la basura. Demoré el cambio otro año (prefiero demorar las cosas urgentes), y cuando ya no fue posible, tampoco los tiré. Los escondí debajo de la estantería de los clásicos universales. ¿Y esa tontería por qué? Porque por mis extensas lecturas de los géneros fantásticos mencionados, me consta que abundan los objetos y lugares asociados a los fantasmas, y a los monstruos con mal de amores, tales anillos, espadas, prendas de ropa, espejos y broches, así como casas encantadas, curvas de la carretera, pozos o habitaciones en sórdidas pensiones. Estos lugares y objetos, cerca de los cuales merodean los fantasmas de sus dueños ya fallecidos, parecen conservar un poder extraordinario, no sólo de evocarlos sino de conjurarlos. Me refiero al pijama fantasmal de Carlos Onetti, los lentes de Quevedo, el camisón largo de Mary Shelley, el pincel de Li Bai, la cinta del corsé de Madame de Maintenón, el sombrero de Bashevis Singer. O el jade de Cao Xueqin, autor de Sueño en el pabellón rojo. Objetos fantasmales, que no permiten descansar en paz a los fantasmas que un día los poseyeron. Y quién me dice que estos jodidos zapatos no se han convertido ya en el futuro receptáculo de mi espíritu. En tal caso, más vale tenerlos cerca, a los pies de la cama, bajo la estantería. No quisiera pasarme la eternidad vagando por sucios vertederos, y además descalzo.