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Por fin hemos regresado, operación retorno mediante, a la árida cotidianidad pospascual, y por lo tanto, aunque en menor grado que tras el regreso de las vacaciones estivales, todavía estamos según los psicólogos en pleno síndrome del retorno. Un síndrome tontísimo, pero que igual provoca fatiga, irritabilidad, inapetencia, cefaleas, languidez, etc. Naturalmente, discrepo de los psicólogos y no me creo que tales trastornos obedezcan al hecho en sí de retornar, sino a lo que te encuentras entonces. Que si es diferente es malo (¿qué ha pasado aquí?), pero si es lo mismo es todavía peor (¡otra vez!). Eso es lo jodido del síndrome, lo alarmante. Regresas a la realidad tras una semana de irrealidad con procesiones, y todo sigue irreal con otras procesiones, como si te hubiesen seguido tamborileando los tambores. Quizá no sea el mismo tamborileo, pero suena igual.

Todo está donde lo dejaste, los platos en el fregadero, los líderes en los telediarios (Trump incluido), los encapuchados en las redes, las noticias atrasadas de siempre. Sin novedad en el frente. Cómo no estar irritables, inapetentes y fatigados. Por fin ha pasado la Pascua, se acabó, pero es como si no hubiera pasado nada. Hasta los que no nos marchamos a ningún sitio en Semana Santa sufrimos ahora el síndrome del retorno, y su variante metafísica, acaso más tonta pero muy literaria, del eterno retorno. Según Schopenhauer y Nietzsche, precursores del síndrome, lo peor de los eternos retornos es que siempre retornamos al mismo sitio.

Basta mirar los telediarios, cuyas noticias actualizadas parecen muy antiguas, aún se escuchan las pisadas de los costaleros, y lo que fue seguirá siendo. Lo confirman los numerosos indicadores económicos, políticos, de gilipollez ponderada (GP), de embustes remanentes. También el índice de precios, en alza, y las previsiones, que prevén lo de siempre. Volverá al Congreso la ley del ‘sólo sí es sí’, con el Gobierno aún a la greña, y parece que hasta el rey emérito regresará a España para regatear. Siempre igual. Qué pérdida de tiempo, los retornos. Si lo sé no vuelvo, masculla la gente. Hasta los que no nos fuimos lo pensamos. Bueno, no pasa nada. Este síndrome dura poco.