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Y un día más ahí te encuentras anudándote la corbata frente al espejo tras ponerte el uniforme. Te despides de los tuyos y te vas a trabajar esperando un vuelo tranquilo. Te aproximas al aeropuerto. A esas alturas ya tienes una idea de la meteorología que te espera, de la tripulación con la que volarás y de tu ruta.

Da igual que hayas volado a ese destino incontables veces. Siempre hay cierta tensión interior; menor cuanta más experiencia acumulas, pero nunca desaparece del todo. Es tu subconsciente recordándote que no hay dos vuelos iguales y que a veces los imprevistos se presentan tan rápidamente que puedes encontrarte en una situación límite sin previo aviso.

Los estudiosos de la materia han establecido que los pilotos se exponen a 21 tipos de amenazas de diferente naturaleza durante el ejercicio de sus funciones de las que se suelen presentar una media de 3 por vuelo. Por eso vamos siempre dos. Por eso nunca dejamos de oír esa vocecilla interna que dice «no te fíes».

La pérdida de separación con otros tráficos, las tormentas, la cizalladura del viento, fallos de los sistemas en los momentos más inoportunos o la mala coordinación con el copiloto o el controlador son sólo algunos ejemplos. Tu misión es llevar a la madre, al padre, al hermano, al hijo, a la mujer, o al primo de alguien a su destino. Cientos de personas que lo único que esperan de ti es que hagas bien tu labor.

Es cierto que la tecnología y la formación han hecho de este trabajo un puesto más asequible para todos, pero también lo es que la congestión del espacio aéreo, las presiones comerciales, la operación continua ante casi cualquier condición meteorológica u hora y la regulación del sector, hacen que siga sin ser un trabajo sencillo. Y es que la responsabilidad sobre las vidas que transportas no deja de ser la misma.

Una vez en el avión el tiempo apremia. Se realiza el embarque a la vez que finalizas los preparativos de la cabina, los sistemas de vuelo y se da el «briefing» de despegue. La puntualidad del vuelo es importante para nuestros clientes pero las preparaciones necesarias para el despegue lo son más y se debe saber emplear el tiempo eficientemente para satisfacer tanto la seguridad como los intereses comerciales de la Compañía. Eso sí, siempre en este orden.

Cualquier preparativo o clarificación que no se realice en ese momento puede suponer un lastre para uno posterior por lo que las prisas son malas consejeras en un negocio en el que de media, cada minuto perdido suponen 100 dólares malgastados.

El despegue casi siempre suele ser la maniobra más crítica y la que mayor concentración requiere. Antes de iniciarlo uno siempre repasa los motivos por los que lo abortaría ya que detener un avión a tan altas velocidades comporta un gran riesgo y por ello sólo se efectúa en casos extremos. Puesto que durante el despegue el avión recorre más de 70 metros por segundo, conviene tener muy presentes las acciones a tomar en cada momento. No hay lugar a la improvisación.

El crucero por lo general requiere de una supervisión más amena de los sistemas y la meteorología y es el momento en el que el piloto asume un rol de supervisión. Durante esta fase se analizan las condiciones en destino, el combustible del que se dispone, se establecen planes en caso de no poder continuar al destino y se analizan posibles aeropuertos alternativos en ruta a donde desviarse en caso de emergencia. Y es que en la aviación, como en casi todo en la vida, cuanto más preparado se esté para un imprevisto, mejor será la respuesta. No deben escatimarse recursos cuando se trata de la seguridad de los que llevas a bordo.

Volar es muchas veces un trabajo peculiar. Despegas de un aeropuerto con sol y moscas, recorres miles de kilómetros en pocas horas y aterrizas en una ciudad donde está lloviendo a mares o nevando. El entorno cambia tan rápido como se avanza. La aproximación suele venir acompañada de una alta carga de trabajo. Muchos factores pueden complicar la maniobra. La mala meteorología, un aeropuerto congestionado de tráfico en el que los controladores imparten multitud de instrucciones, orografía cercana y en ocasiones el cansancio normal que se acumula tras muchas horas de vuelo.

No hay dos aproximaciones iguales. Hay que mantener la concentración en todo momento para garantizar que el avión lleve una trayectoria estable. Cualquier desviación significativa requiere de una interrupción de la aproximación para comenzarla de nuevo, reduciendo tus reservas de combustible y por lo tanto tus opciones. La tensión aumenta. El aterrizaje requiere de cierta destreza, sobre todo con fuertes vientos perpendiculares a la pista. Se trata de posar el avión en tierra de forma segura en una franja muy concreta de la pista. Ni antes ni después, ni a la derecha ni a la izquierda. La experiencia como siempre ayuda, pero el margen para el error sigue siendo escaso y las consecuencias severas.

Unos minutos de rodaje después llegas al estacionamiento y concluye tu misión, o quizás comience la siguiente, ya que en muchas ocasiones se realizan múltiples sectores. La mayor amenaza del piloto es siempre la complacencia. No por rutinario un vuelo está exento de riesgos y es la disciplina y el respeto a la profesión lo que nos mantiene seguros. El objetivo es siempre llevar a tus pasajeros seguros a su destino con independencia de la meteorología, la hora, tu situación laboral o las presiones comerciales.

Llevamos personas que cuentan con tu dedicación y profesionalidad por encima de todo. Te sientes responsable de ellas y esperas un día más, realizar tu cometido con independencia de las circunstancias. Y es este esfuerzo diario de tantos compañeros y compañeras de profesión el que permite que la sociedad vea como rutinario algo que siempre distará mucho de serlo…