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La decisión de darle un escobazo a la telebasura y darle una puerta al ‘napoleón’ de esa granja es un buena noticia y un alentador indicador de que algo puede que esté ya revolviéndose en las pulsiones de nuestra sociedad. Los dueños de Telecinco lo han hecho, eso no lo dude nadie, porque les estaba haciendo daño en sus dineros y la pérdida de audiencia y por tanto de beneficios es lo que ha llevado, al cabo, a tomar la decisión.

Pero sin llamarnos a engaño, ética y deontología no son sino declamaciones hueras, lo que asoma, un poquito no se vayan a esperanzar en demasía, es que que ha sido la gente la que ha dictado sentencia y manifestado su creciente hartura antes el cada vez más cochambroso y zafio espectáculo.

La orden de enviar al desguace al que ha sido el buque insignia de esa flota durante ¡ojo!, catorce años, ‘Sálvame’ adquiere, y así se quiere pregonar, un gran simbolismo por lo que ha significado y por como ha tiranizado y empapado todo ese tipo de programas que empezaron siendo del ‘corazón’ y de personajes que tenían notoriedad y fama, fuera por descollar en los mundos artísticos, deportivos y sociales y acabaron en casqueria de piltrafas y convertidos los que la servían en los protagonistas máximos de la función.

Aunque parezca mentira la cosa funcionó durante lustros y un numeroso personal estaba embebido no en los líos de un cantante, una actriz, un deportista o una marquesa sino en los de una o uno de los estaban allí para comentarlos y que ahora lo que vendían eran sus propias miserias. Todo ello, poniéndose no solo como dignísimos ejemplos de civismo, cultura, saber y estar. Con el cachicán dando, además, el carnet de progresista, culto y bueno y arrojando a las tinieblas del mal a quien a él le disgustaba y al que consideraba que no tenía derecho ni a hablar ni siquiera a existir.

Así que no oculto que me congratula la noticia y que considero que un algo, aunque solo sea un ápice, de limpieza en los aires de las pantalla si que puede haber.