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Tenía yo la costumbre profesional de comer a mediodía viendo el telediario, con auriculares para poder escuchar las noticias del mundo, pero de un tiempo a esta parte y de bocado en bocado, me sorprendo a mí mismo arrancándome con gesto mecánico dichos auriculares, al no poder aguantar el ritmo trepidante de las idioteces informativas, y mucho me temo que de seguir así pronto terminaré apagando el aparato, que es más sencillo y no exige llevarse las manos a la cabeza. Al menos hasta después de las elecciones municipales y autonómicas, o de las generales si le cojo gusto al alivio de la desinformación. El adjetivo trepidante, al que son muy aficionados los cineastas, los escritores y los periodistas, exige que las cosas sucedan con mucha rapidez, movimiento y emotividad, a ritmo muy elevado, y como los políticos se han contagiado de esta manía propia de las discotecas, hasta la apacible crema de puerros vichyssoise me trepida en el plato.

Naturalmente, cuando a mí me elogian una peli o una novela calificándola de trepidante, y no digamos si además es impactante como suele suceder, de inmediato la mando la mierda. Que trepide, que trepide en otra parte. No está uno para tonterías. Trepidar: Temblar, vibrar, estremecerse violentamente, sufrir convulsiones. A las que se añaden impactos impactantes. Como las persecuciones, colisiones y explosiones de coches, que son la esencia argumental de la mayoría de pelis norteamericanas. O del Congreso de Diputados. A falta de narración, bien está lo de trepidar igual que un programa de televisión. Pero claro, si la política utiliza el mismo recurso, el mundo se llena de chalados muy trepidantes. ¿Y qué hacen, además de trepidar? Pulular. Pulular por todas partes, trepidando. Pelis, libros, deportes, conciertos, política…

Todo tiene que ser trepidante. Impactante. Supongo que también los teléfonos móviles, artefactos vibrátiles de bolsillo cuya única misión es temblar de pura emotividad. Que todo deba ser emocional era disparatado, pero que para serlo deba provocar convulsiones es excesivo. De tanta trepidación, cada noche me acuesto antisocial y nihilista. No basta quitarse los auriculares, porque como iba diciendo, hasta la vichyssoise tiembla en el plato como si se acercara pisando fuerte un dinosaurio. Trepidante.