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A la ministra de Igualdad se le planta una señora delante que le pregunta, más bien increpa, por su chalet de Guadalapagar y la ministra, aunque se lo podría haber ahorrado, le responde casi a grito pelado que es fruto de la herencia de su padre fallecido de cáncer hace unos años. Evidentemente, las formas no son las más apropiadas, pero también supongo que está harta de que le vengan siempre con la misma cantinela. Busco en Google y hallo noticias de la muerte de su padre, que se dedicaba al ramo de las mudanzas. No se especifica si era un simple peón o era el propietario de una empresa, pero sí que lega a su única hija unas cuantas viviendas y mucho dinero. No sabía eso, creo incluso que pese a que los medios se acogieron a esta noticia, la publicaron entre dientes, sin muchas ganas de que la mayoría de los lectores estuviesen al tanto de este dato. No sólo se podría haber comprado un chalet con la herencia, sino dos.

Está claro que a la gente de derechas no le interesa saber su procedencia sino atacarla con saña porque representa todo aquello que repelen, el coco, el infierno, el lobo feroz, el comunismo visceral. Ya que es comunista que reparta, no te jode, dicen ofendidos porque posee un chalet idéntico al de un ejemplar ciudadano de derechas que bien se lo merece por exhibir impecablemente trajes con corbata. Ser un rojo no significa que debas vivir debajo de un puente. Esa visión retrógrada me recuerda a los tiempos de la Guerra Fría. Tus creencias y tu forma de evaluar la sociedad te conducen a desear que los que no tienen al menos tengan un mínimo para subsistir con dignidad. Y si no fuera el caso de la herencia, es de suponer que se le paga por su cargo de ministra –lo realice mal o bien– y que no debe ser moco de pavo. A los que les sigue pareciendo ilógico que se presenten a las elecciones, ocupen su puesto y cobren lo asignado. ¿A qué no parece tan sencillo?