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Incluso, conceptualmente, es difícil orientarse dentro del remolino de sustantivos extraños a la mayoría de una opinión pública, que asiste estupefacta a una escenificación incomprensible. Qué es igualdad, qué es feminismo y qué es un trans. ¿Qué es el ‘solo sí es sí’? Es un espectáculo que presenta al desnudo la aptitud de la condición humana para la crueldad. Disfrazada de búsqueda del bien común, el motor de ‘todo eso’ es una gigantesca industria de la muerte en clínicas de abortos y eutanasia; de persecución a médicos denunciados porque, coherentes con un juramento prestado, se niegan a quitar la vida, pues ellos son protectores de la vida. Para eso han estudiado. Creyentes o no, para eso se han formado, pero, ahora, desde una forma de ‘autoridad’ se les trata de empujar a la aplicación de unos principios que no son los suyos.

Esta vorágine se ha llevado entre las patas a la persona que ha encarnado durante estos años la política del ‘acuéstate con quien quieras, cuando quieras y siempre que quieras’. También la política del ‘deshazte de tus hijos si te estorban’, del ‘llénate de por vida de botox’ y del ‘cámbiate de sexo si el que tienes no te gusta’. Ha habido elecciones en España y, aun no terminando de entender de qué va el asunto, los votos han dicho no. Y, de pronto, la persona que parece encarnar esa política está siendo arrastrada por las greñas ante el ojo público. Y tampoco eso sirve porque desde cuándo tiene más razón quien más grita.

Aquella era la ley del ojo por ojo. Y eso hace 2.000 años que ha sido superado. Por muy equivocados que sean las ideas y los actos de algunos gobernantes, nada autoriza a quien tiene razón a hacer lo mismo porque, entonces, la razón se pierde y se pierde el sentido de la justicia. La Justicia, con mayúsculas. ¿Si tú me pegas, yo te pego más? Pues no, porque, así, uno de los dos acabará muerto. Más de una persona está siendo muy maltratada en España y solo una actitud diferente del odio puede derrotar el odio.