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Habrá lógicamente mucha gente que inicie sus vacaciones el próximo uno de julio. Y, seguramente, con la idea de huir del día a día y de tomarse un respiro. Como si ese julio que asoma por ahí fuera un julio como los de cualquier año, el primero de esos dos meses donde parece que todo se detiene. Son esos dos meses típicos de no hacer nada, esos meses en que los periódicos de papel se llenan con noticias que se llaman ‘de nevera’ y que también vienen cargados con informaciones sobre fiestas locales. Quien mira la televisión en julio y en agosto (sobre todo en agosto, pero también en julio) lo hace con idea de que le ayude a dormir la siesta. Nos acercamos a la tele en época de vacaciones como si todos los programas fueran documentales de La 2. Está claro que este año no va a ser así y que julio asoma con cara de enero, febrero, marzo, abril, septiembre, octubre o noviembre. Esta vez sí, esta vez no hay otro consejo para quienes se vayan de vacaciones el 1 de julio: que huyan a su interior si no pueden huir a países lejanos.

Julio (y también agosto según sea el resultado de las elecciones generales) será lo más parecido a un domingo con las oficinas de la Administración a pleno rendimiento, como un domingo donde todo estuviera abierto y los bares se llenaran a la hora del desayuno con trabajadores de las oficinas próximas, mientras la gente común va de un lado a otro intentando resolver alguna gestión. Casi todo el mundo sabe que el 23 de julio hay elecciones (habrá quienes tengan pesadillas con que les llaman para una mesa de votación) y que un día y otro (a partir del 7 de julio) será como si el mundo fuera a acabarse. Es posible que, llegado agosto, ni siquiera se hayan resuelto los rompecabezas de las autonómicas pasadas. Anda todo tan loco, que hasta es posible que de las elecciones generales surja una serpiente y que no sea de verano.