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L os que entienden de números consideran hogares vulnerables a los que dedican más del cuarenta por ciento de su renta al pago de la vivienda, sea alquiler o hipoteca. Cuando la mayoría de los mortales escuchamos la palabra «vulnerable» solemos pensar en esos mendigos que vemos en los portales de Jaume III pidiendo limosna, en las familias numerosas de inmigrantes sin papeles que se apañan como pueden, en los adictos que han perdido la vida detrás de una dosis más. Nunca nos imaginamos a nosotros mismos, trabajadores con salarios estables, carreras universitarias, negocios y familias «normales». Pues ahora resulta que también nosotros somos vulnerables.

Obra y gracia de la despiadada subida de los tipos de interés llevada a cabo por el Banco Central Europeo con la obsesión de contener una inflación que empezó a dispararse por la guerra de Ucrania. La inflación nos hace daño, lo sabemos, pero el remedio a veces es peor que la enfermedad. El Euríbor cabalga ya sobre el cuatro por ciento, a lo que hay que añadir el diferencial que cada entidad bancaria pone en las hipotecas. Si vivimos de alquiler no hace falta decir nada; en cuanto el contrato cumpla sus cinco años de vigencia se alzará hasta el olimpo de los mil o mil y pico euros mensuales.

Para entrar en el límite que marca ese cuarenta por ciento habría que cobrar un sueldo de 2.500 euros mensuales. Pocos conozco que lo alcancen. Para quedarnos en el confortable treinta por ciento de los ingresos dedicados a la vivienda tendríamos que meter en casa todos los meses más de 3.300 euros. De esos creo que no conozco a nadie. En fin, bienvenidos a la triste realidad de la sociedad vulnerable. Porque me temo que nos afecta a (casi) todos.