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Por supuesto, al carecer de garras y dientes dignos de consideración, que para nada estaban a la altura de su natural fiereza y ambición, lo primero que inventaron los seres humanos a fin de eludir un destino fisiológico de mequetrefes pringados, fue el cuchillo. De hueso o piedra tallada, incluso de madera a semejanza de los garrotes, pero que pinchase, sin cuchillo éramos animales indefensos, y ni siquiera habríamos llegado a inventar la propiedad privada. La naturaleza es como es, y nunca atiende a razones. Hacen falta cuchillos. Que al descubrirse los metales mejoraron enormemente, se diversificaron hasta alcanzar la forma de la espada, y nos permitieron cumplir el precepto divino de crecer y multiplicarnos hasta cubrir la tierra. Hubiera sido de auténticos zoquetes no inventar pronto el cuchillo, pero sobre esta base previa, el gran invento fue la navaja, que permitía plegarlo para así facilitar su transporte y ocultación. Sencillo y muy efectivo, ya que exhibir la cuchillería es siempre muy peligroso, despierta recelos y te aparecen los enemigos como moscas. Uniendo el cuchillo a su funda en perfecta simbiosis, como las computadoras portátiles aunque menos agresiva, la navaja fue un avance decisivo en materia de objetos punzantes y cortantes, similar al de una daga florentina sobre los cuchillos neolíticos de la Edad de Piedra. Basta pensar en todas las cosas, algunas muy intelectuales, que no existirían de no existir la navaja. La navaja de Ockham, nada menos, también llamada principio de parsimonia, un dogma filosófico esencial. La canción Pedro Navaja de Rubén Blades, auténtica salsa intelectual. Los relatos de orilleros, guapos y cuchilleros de Borges, como El hombre de la esquina rosada o El sur, que él consideraba lo mejor de su obra. Es mucho considerar, desde luego, pero quién no exagera cuando brillan las navajas a la luz de luna. O de una farola, qué más da. Pero la navaja no es sólo una gran aportación literaria y dramática (recuerden El barbero diabólico de la calle Fleet), también es un prodigio técnico de miniaturización, bastante artístico, y el chisme más útil del mundo. Mucho más que el ordenador portátil, incluso si nunca se usa.