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Recientemente, The Washignton Post, en un valiente y muy humano artículo, recomendó a la Organización Mundial de la Salud un acuerdo de preparación para los próximos eventos pandémicos. Aunque no se conocen las medidas que adoptará la OMS, se asegura que no recomendará aliviar las injustas e inmorales sanciones de EEUU a la industria biotecnológica nacional de Cuba. Esta industria, a pesar de sus limitados recursos materiales por los más de sesenta años de bloqueo genocida, tiene los medios para desarrollar vacunas y tratamientos de vanguardia y compartirlos –como así lo hizo– con países donde es imposible pagar los precios premium de las compañías farmacéuticas del primer mundo.

Esta es la única forma poder evitar un desastre igual o peor que el de la COVID-19, que fue una enfermedad que ha provocado la muerte de más de quince millones de personas. El diario estadounidense calificó esta posición como un error y recuerda como Cuba decidió compartir sus vacunas con el mundo, a pesar de todos los obstáculos de confección y certificación. Abasteció a Venezuela, México, Vietnam, Siria, Irán, etc. Tres años después de la llegada del coronavirus, cuesta aceptar que por una discriminación se perdieran decenas o cientos de miles de vidas innecesariamente. Ahora hay tiempo para que, estableciendo un rumbo hacia una distribución más equitativa y humana de las tecnologías medicas, el mundo, al margen de ideologías, junto con Cuba pueda prepararse para la próxima pandemia.