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Hace casi un siglo, en 1929, Dashiell Hammett se inventó en Cosecha roja el primer detective sin nombre, un tipo gordo y tozudo, que no resolvía los casos criminales por lógica y deducción, sino a patadas. Patear (calles, garitos, personas) era su forma de investigación. Tampoco tenía costumbre de argumentar, sino de engañar y liar las cosas, pues como ahora ya sabemos todos, en los grandes problemas como los que sufría la ciudad de Poisonville (corrupción, crimen, estafa) no hay lógica ni argumentación que valga. Y ahí, justamente ahí, empezó la contemporaneidad. Es decir, el presente. En ese mismo año 29, mira por dónde, tuvo lugar el famoso crac del 29, la mayor calamidad bursátil de la historia, y luego la Gran Depresión, que a su vez generó muchísima literatura narrando un mundo sin sentido, inmune al razonamiento, donde todo se resuelve a tiros y mentiras.

Las novelas policíacas se llenaron de psicópatas y asesinos en serie muy caprichosos, y casi todos los detectives siguieron el ejemplo de aquél gordo sin nombre que sustituyó la reflexión por los golpes bajos y las argucias. En ausencia de toda lógica, llegamos lógicamente a otra Gran Recesión en 2008, de la que aún no nos hemos recuperado (la mayoría perdió un tercio de su poder adquisitivo, que a algún sitio habrá ido a parar), y las novelas negras, convertidas en el único género del presente, son ahora un festín de vísceras sin ninguna pista a seguir. Total para qué, si los detectives también son psicópatas pirados.

No es que pretenda hacer una historia del último siglo a través de las novelas policiales de misterio, pero si tienen curiosidad por saber cuándo nuestros problemas dejaron de tener soluciones lógicas, al menos en la ficción, pues ya lo saben. Fue en Cosecha roja, del depresivo, y borracho, Dashiell Hammett. Desde entonces nos consta que por las buenas, con razones y análisis, no hay nada que hacer en Poisonville. Pero claro, si el héroe sólo puede ser un tipo anónimo y no muy listo, que la lía parda, figúrense cómo serán los demás. Y en esas estamos, que ni siquiera el mal parece tener ninguna lógica. El poder sostenido sobre la nadería, escribió Víctor Hugo. Menuda cosecha de mierda.