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Dos meses antes de que se acaben las clases, los padres están sumergidos en un temor atenazador por la llegada de las vacaciones escolares. Por mucho que uno intente hacer malabares con los días libres en verano, al final hay que buscar una solución para ‘colocar’ a los niños. Y digo ‘colocar’ porque no hay mejor verbo que defina el intento desesperado de los padres que tienen que trabajar y se encuentran con la chiquillada con ganas de vacaciones (más que merecidas, obvio es). La cosa se divide entre abuelos, para los afortunados que los tengan, y campus de verano. Si hay que trabajar por la tarde, ya toca tirar de canguros. Al final, sumada la factura de la colocación estival, la broma sale a precio de paga extraordinaria. Olvídate del viaje al sudeste asiático. Pero eh, nosotras parimos, nosotras decidimos, nosotras pagamos.

Luego vienen con maravillas como crear consellerias de Familia y solo queda mirar con recelo. ¿Habrá ayudas para pagar las escuelas de verano? ¿Un internado en Inglaterra? ¿Tal vez Hogwarts? «Venga, chicos, me han dicho que hay una escuela fantástica donde os enseñarán magia, ¡nos vemos en septiembre!». Si la natalidad está congelada en España, será por algo. Si sube el euríbor y la letra del piso un 30 por ciento, si la comida está por las nubes y normalizado ya compras semanales de 140 euros, si los niños se empeñan en crecer y hay que comprarles ropa y material escolar, al final las familias (en el amplísimo concepto de la palabra, por favor) no dan para más. Antes mandaban a los niños a trabajar al campo. Ahora ya no nos queda ni eso, porque se nos ha cubierto de placas solares.