TW
2

En 1808 el hasta entonces invencible ejército napoleónico sufrió su primera derrota en campo abierto en Bailén, contra los españoles. Los restos de las tropas del humillado general Dupont fueron embarcadas en el puerto de Cádiz, para ser repatriadas, pero pasaron meses en aquellos buques, hacinados en condiciones inhumanas. Al final, una artimaña de los ingleses provocó que fueran trasladados a Canarias y Balears, como cautivos. A Cabrera llegaron unos 12.000 soldados napoleónicos en 1809. En la isla había un pequeño puerto y el castillo del siglo XIV, en el que apenas cabían treinta personas.

El sol, en verano, era abrasador y el invierno, húmedo e implacable. Los franceses, horrorizados, construyeron chozas, cabañas y barracones precarios para sobrevivir. Con los meses, ocuparon incluso las cuevas subterráneas de la isla, como trogloditas del siglo XIX. La mortalidad, con todo, era extrema. El tifus o la sarna, sobre todo al principio, se cebaron con aquellos soldados que poco a poco iban perdiendo la ropa y vestían con harapos. A día de hoy, siguen apareciendo botones de los Regimientos de Línea 67 y 14, repartidos por distintos enclaves de Cabrera.

Desde Mallorca, cada pocos días, llegaba un barco cargado de víveres y agua, pero era insuficiente para aquella tropa desmoralizada, que languidecía entre las rocas. Además de franceses, había belgas, suizos, polacos e italianos y las crónicas apuntan a que, al menos, desembarcaron con ellos 21 mujeres, cuyo destino no tuvo que ser fácil entre la masa soldadesca. Un Guantánamo decimonónico. O de cómo un paraíso puede convertirse en un infierno.