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Desde hace siglos, censurar, prohibir y encima sermonear, eran actividades propias de las derechas religiosas, alentadas por la Iglesia desde su indiscutible superioridad moral, mientras las izquierdas refunfuñaban, protestaban y gritaban libertad. Pero desde que se impuso la tan denostada corrección política, una mescolanza izquierdista de puritanismo y mojigatería obligatoria, exacerbada luego por la fanática cultura de la cancelación (mojigatería tremendista), el mercado de valores sociales dio un vuelco violento, y ahora todas las ultraderechas del mundo claman libertad. Así ganó Trump, y crece Vox, mientras las nuevas izquierdas (woke, les llaman en EEUU), también desde la superioridad moral y cívica, siguen sermoneándonos y censurando expresiones malsonantes, palabras o imágenes que hieran susceptibilidades muy susceptibles y, para desolación de los humoristas, hasta bromas de mal gusto.

Ni bromear se puede ya, menudo cambio de paradigma. Personalmente, prefiero que me reprenda y me censure la derecha, como toda la vida, que estos capullos progresistas. Habrán visto que, cuando aún no ha empezado Vox a hacer de las suyas, ni ha llegado al Gobierno de la nación, ya se les acusa con gran escándalo de haber censurado actos culturales de Virginia Woolf y Lope de Vega. Mal asunto, desde luego, pero no sé si conviene rasgarse las vestiduras y atacarles por ahí, ya que no fue la ultraderecha la que censuró a Roald Dalh, canceló a J.R. Rowling y a la mitad de los clásicos literarios universales, por inconvenientes y poco inclusivos. Hasta Mark Twain lo tiene crudo en EEUU, donde las últimas pelis de Woody Allen ni pueden estrenarse.

Porque con el cine aún son más estrictos los progres delirantes; ni Franco censuraba tanto. Y claro, la derecha más dura grita libertad. No es cinismo, es intercambio de valores ideológicos. Como la política hace tiempo que es cosa de publicistas, les hemos dejado apoderarse de ideas y palabras, nuestra mercancía más preciada. La corrección política y sus censuras hicieron y hacen estragos, y claro, muchos prefieren regresar a la censura de siempre, la de derechas. Quizá más drástica, pero menos remilgada. A mí me joden las dos.