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Tal vez al PP le pasa lo que al Barça o al Real Madrid cuando pierden un partido, que la afición y los medios afines piden enseguida la cabeza del míster. Sin embargo, y a diferencia de esos equipos, que ganan el siguiente y ya se olvida todo, el PP se queda con la mosca detrás de la oreja.

El todavía míster del PP, Alberto Núñez Feijóo, ganó las elecciones pero perdió el partido, que era lo que se quería ganar como fuera. Tiene contrato en vigor, y no existe ese alguien de la casa que se ocupe interinamente del equipo mientras aterriza el nuevo entrenador, entrenadora para ser más exactos. Claro que existiría la posibilidad de que, con Feijóo, el PP ganara el próximo encuentro de haber repetición electoral, pero se trata de una posibilidad remota. Primero, porque es muy probable que no la haya, y segundo porque, de haberla, no tendría de dónde rascar más apoyos.

Es cierto que a Feijóo hubo que ficharle deprisa y corriendo cuando al anterior se le ocurrió denunciar el pelotazo del hermano de la que tanto suena a cuenta de las mascarillas, y también lo es que sobre su persona se había fabricado un aura de invencibilidad por haber ganado importantes trofeos en Galicia, pero no lo es menos que sus capacidades para una competición superior no estaban acreditadas. Y siguen sin estarlo.

Feijóo no es, ciertamente, un Ancelotti, un Klopp, un Guardiola, y tampoco una Isabel Díaz Ayuso, el rey don Sebastián en cuyo advenimiento cifra su parroquia la felicidad suprema, tan tristemente aplazada. De momento, el rey don Sebastián tiene sus compromisos y ninguna butaca en el Congreso, pero, a diferencia del joven monarca portugués, no está desaparecida. Es más; está tan aparecida, que, con su aliento en la nuca, es muy posible que Feijóo dé en lo que le quede de contrato menos pie con bola todavía.