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Las Barbies fueron uno de mis juguetes más preciados. Todavía las conservo. Tenía una decena. Mis preferidas eran una que llevaba maquillaje en la falda y la Barbie niñera. De las tres que había –Barbie, la rubia; Teresa, la castaña, y Christie, la ‘negra’–, mi preferida era Teresa. Me pasaba más tiempo diseñando y colocando la casa de las muñecas que jugando con ellas. Todo el atrezzo era reutilizado. Con mi hermano pequeño, construíamos mesas y sillas para la casa a partir de tablas de madera y corchos de botellas de vino.

De las Barbies, me gustaba todo. Deseaba su cuerpo, su ropa, su casa, su coche –el Volkswagen New Beetle– y su novio, Ken, el hombre perfecto –que en mi caso era un Action Man prestado–. En nuestros juegos, las Barbies eran ricas, les iba todo bien y al final se enamoraban y vivían felices. Era la época del cambio de milenio y de moneda. Yo elegí las Barbies en lugar de la Play o los juegos de mesa. Nadie me lo impuso. Como también elegí libremente mi ropa, mis actividades extraescolares o estudiar una carrera de ciencias sociales, porque quise. Durante mi adolescencia y juventud, odiaba el rosa porque no quería ser una rubia tonta. Ahora hay Barbies futbolistas, doctoras o incluso una inspirada en la etóloga Jane Goodall. Pero me ha costado muchos años ver que mis opiniones no son más validas que otras, que el rosa no tiene nada de malo, que no necesito ser amada para ser feliz y, sobre todo, que muchas decisiones que pensamos que son libres y nuestras en realidad están condicionadas por el entorno: lo que vemos en las redes sociales, las series, lo que creemos que se espera de nosotros, etc.

No deja de ser contradictorio que Barbie, una película feminista que quiere romper tópicos, sea iniciativa de Mattel, la misma empresa que inventó esta muñeca como ideal de mujer perfecta y que siguió los cánones del statu quo. Por mucha parodia que se haga de un consejo de administración masculinizado y obsesionado con los beneficios, no se puede superar el límite de que esa misma empresa absorbe ahora, a través de la película, las críticas al sistema capitalista y las aprovecha en su favor. También llama la atención que el estreno de la cinta, una de las más taquilleras del año, haya provocado una nueva ola consumista de rosa. Marcas de moda, cosmética, muebles, automoción e incluso de electrodomésticos han lanzado colecciones ad hoc. Quizás lo más feminista es que Margot Robbie, además de protagonista, es productora de la película.

Y debo reconocer que a pesar de que el film me decepcionó en algunos aspectos y que no comparto su visión del feminismo, es divertida, ha conseguido reinventar la concepción de Barbie haciendo bandera de la excentricidad y ha hecho que hablemos de feminismo una vez más.