TW
3

La que se ha montado a cuenta de una propuesta, sin detallar ni profundizar demasiado, de la vicepresidenta Yolanda Díaz en el sentido de permitir el uso de lenguas cooficiales también en el Congreso, como se hace ya en el Senado. He escuchado descalificaciones muy gordas, que hablan desde «ruptura de la lengua que compartimos» hasta de «agravio al poder parlamentario». No me parece para tanto escándalo la cosa, la verdad, aunque ahora la iniciativa sea perfectamente innecesaria y aplazable. En todo caso, es una idea a estudiar sin prisas y sin pausa, como las estrellas, que decía Goethe. Más importante me parece tratar de no decir tantas tonterías en la Cámara Baja, no en qué idioma se digan. Porque la verdad es que, legislatura tras legislatura, asistimos al declive de la vida parlamentaria.

A mí, la polémica por el empleo de las lenguas cooficiales me parece un trompe l’oeil que nos distrae de la verdadera calidad del cuadro a base de atraernos por los efectos engañosos de la pintura. Pues claro que la próxima Mesa del Congreso, que ya se está negociando con la opacidad con la que habitualmente se hacen estas cosas en España, ha de impulsar una reforma a fondo del Reglamento de la Cámara. Pero lo del uso de lenguas cooficiales en los debates es casi secundario. Lo fundamental es darle agilidad y, sobre todo, veracidad, a una vida parlamentaria lastrada por los acuerdos egoístas y secretos, la falta de grandeur patriótica, el exceso de reales decretos y el defecto de ideas innovadoras.

España ahora mismo tiene un Ejecutivo en funciones en el que varios de sus miembros ni se miran; un Judicial hecho jirones, a punto de que se cumplan cinco años desde que caducó su mandato. Quizá la regeneración política que necesitamos haya de comenzar por el Legislativo, arquitrabe de cualquier democracia sana. Quedan ya pocos días para que comencemos a comprobar si existe una voluntad generalizada en este sentido, o si, como temo, va a ser lo mismo de siempre.