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En marzo del año pasado, el rey de Marruecos anunciaba que había recibido una carta del presidente del Gobierno español en la que, abandonando la posición anterior, se manifestaba que el «proyecto de autonomía marroquí es la base más seria, realista y creíble para la solución del contencioso del Sahara occidental».

Hace dos semanas, el gabinete del palacio real marroquí anunciaba que el rey había recibido una carta del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyiahu en la que el Gobierno israelí se compromete a que en todos sus actos y documentos se refleje el reconocimiento de la autoridad marroquí sobre el territorio saharaui.

Curioso el método. En ambos casos es el que recibe la carta y no el que la envía, el que anuncia su existencia. El cambio de España no se entiende. Lo de Israel es más comprensible. Si hay un país que conoce como gestionar territorios ocupados y que ha urgido el reconocimiento de su autoridad sobre los mismos ese es Israel. Al fin y al cabo, la propia creación del estado de Israel fue una ‘ocupación’ de la población judía de territorios poblados por árabes desde tiempo inmemorial.

Se cumplen 75 años del nacimiento del estado de Israel merced a una decisión de la ONU que dividía Palestina en dos estados dando a los árabes y a los judíos una extensión similar de terreno. Al día siguiente de la proclamación de la independencia de Israel, los cinco países árabes vecinos atacaron a Israel tratando de ocuparlo. Fracasaron y, al contrario, Israel ocupó más territorio y desde entonces, en virtud de guerras ganadas o de acciones unilaterales no ha hecho sino extender su territorio.

No está muy claro lo que ha conseguido el Gobierno de Sánchez como contrapartida a su cambio de posición. (Por cierto, el presidente del Gobierno de un país turístico como es España no debería ir de vacaciones a un país extranjero, mal ejemplo). En cambio, sí está claro lo que pretende Netanyahu.
Más de un 8 % de los judíos de Israel son de origen marroquí (y por tanto sefardí). Marruecos puede ser un socio de primer nivel para Israel y una ayuda en un ámbito árabe hostil. Pero Israel está acostumbrado a vivir en permanente estado de guerra porque cuando alcanzó la paz, con los acuerdos de Oslo en 1993, fueron extremistas judíos, no fanáticos islámicos, los que asesinaron al primer ministro Rabin, el firmante de la paz.

Netanyahu se mueve en el extranjero ante las protestas en el interior. Siempre ha sido muy difícil hacer compatible ser un ‘estado judío’ y un ‘estado democrático’. El acuerdo con Marruecos le ayudará en lo primero, pero no en lo segundo. Y Sánchez, ¿qué gana con el cambio?