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La vida es una bonita historia que siempre acaba mal, a veces, en tragedia. El dolor no se puede medir aunque somos capaces de imaginar el que sienten los más allegados. Hay males sin medicina que los cure, ni el tiempo, que como mucho los ocultará. La empatía nos dota de una absurda intuición que nos dará una idea de lo que uno puede llegar a sufrir. La muerte siempre llega antes de la hora prevista, porque nunca la prevemos. Puede ser enormemente macabra, vestida de falso destino, al que nos aferramos para intentar entender aquello que no hay Dios que entienda. Sabes que quieres a alguien cuando compartes su dolor y lo sientes en tu propio cuerpo. Hoy escribo con dolor, con lágrimas que humedecen la pantalla, por el sufrimiento de toda una familia sacudida por la muerte de unos de los suyos. Un duro golpe que siempre se lleva a los mejores, y algunas veces a los mejores de los mejores. Los días pasan hasta que un día dejan de pasar, y a los suyos se les hacen eternas las noches e innecesarios los días. Los proyectos y las ilusiones se desvanecen y todo lo que hasta ayer era importante se vuelve nimio e insignificante. Por suerte, el amor aparece después, inmenso, y se abre como una flor marchita. Los recuerdos pasarán a la eternidad. Solo la vida tapará a la muerte. Y llegará un ángel, justo ese día que lo esperabas. Descansa, Pau.