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Hace unos días, una mujer de unos cuarenta años que volaba de Barcelona a Buenos Aires súbitamente se sintió mal y falleció media hora después. Los hechos fueron noticia en varios medios de comunicación. Dado que los lectores hoy podemos apostillar las noticias de los medios digitales, pude ver qué se decía de un hecho tan triste.

Me quedé de una pieza: la cantidad de ignorantes que atribuía este fallecimiento a la vacuna de la covid era apabullante. No sólo no es necesaria una autopsia, sino que en este país -y no sólo aquí- hay ejércitos de analfabetos convencidos de que desde que hay vacunas la gente se muere, lo cual no había pasado nunca antes. La fantasía incorpora a la NASA, a Estados Unidos y creo que a Pancho Villa.

Me resulta completamente revelador de la naturaleza humana el hecho de que hoy, cuando se dispone gratuitamente de toda la información imaginable al alcance de la mano, haya quien se aferre a sus creencias no fundamentadas y hasta se atreva a exponerlas sin sentir vergüenza. Hemos hecho que la enseñanza sea obligatoria para que todos accedan al conocimiento, durante décadas hemos constatado la utilidad de la medicina, hemos visto cuántas vidas se pueden salvar, para que sean incontables los que se aferren a sus instintos, a sus miedos, a su ignorancia.

Es impresionante darse cuenta de que todo el conocimiento acumulado es incapaz de sobreponerse a las fuerzas ocultas que arrastra nuestra naturaleza y que, por supuesto, son biológicas, innatas, inconscientes. Como para decir que el ser humano es un constructo social, como postulan otros ignorantes. Naturalmente que las vacunas tienen problemas: nadie lo negó jamás, pero eso es una cosa e ir por la vida diciendo que son un mecanismo para matarnos es una sandez ofensiva.

Si pensamos esto de un tema sobre el que sobran evidencias, imagínense qué efectividad tendrán los mensajes prodemocracia o pro-igualitarismo, por ejemplo, que son mucho más intangibles, borrosos y discutibles. Vamos, que no me resulta difícil imaginar que mañana nos comportáramos como en la Edad Media. Por lo pronto, la Inquisición ya la tenemos, aunque esta vez no en manos de la religión. O de la misma religión.