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Por lo visto, hoy en día, como habrán podido constatar, una gran cantidad de personas cuenta en su haber con un lugar o un espacio, llamado «zona de confort», en el que se sienten muy seguras de sí mismas y que les proporciona una serenidad y una tranquilidad de ánimo que no se puede aguantar. Un espacio, ya físico ya espiritual, que les permite vivir sin sobresaltos y avanzar por la vida pisando fuerte, podríamos decir.

Últimamente, todo el mundo está que si su zona de confort por aquí, su zona de confort por allá… Pero con la graciosa característica de que, si bien en ella se sienten de lo más relajados, como pez en el agua, a la vez experimentan una imperiosa necesidad de salir de ella. Es decir, que esta zona, por mucho que les facilite y mejore la existencia, a la vez les molesta más que una piedrecilla en el zapato o un hilillo de lomo entre los dientes. Es la monda. Lo que les priva es salir de esta zona tan confortable. Y venga explicar, muy dicharacheramente, cómo han conseguido huir de ella como de la peste para encontrarse, de repente, desamparados ante algún obstáculo. La gloria.

Deportistas, escritores, cocineros, modistos, artistas varios -los artistas son especialistas muy dotados para salir de su zona de confort- y profesionales, en fin, de todos los ámbitos (¡hasta científicos!) se sienten muy felices y reconfortados cada vez que sacan el pie de su acogedor territorio y lo meten en otra parte. Es realmente chistoso. De lo que ya no estoy muy segura es de lo que hacen una vez han salido. Quiero decir: ¿regresan al espacio de calidez o se quedan para siempre en la intemperie? No tengo ni idea, puesto que se trata de un desplazamiento espiritual, generalmente. A lo mejor a mí este fenómeno me llama especialmente la atención porque soy de las que no cuentan en su haber con ninguna zona de confort (si exceptuamos el sofá del salón y la cama). Y, desde luego, si la tuviera, no creo que se me ocurriera jamás querer abandonarla. Menuda insensatez. No, la verdad es que no tendría una ocurrencia semejante. ¿Para qué? Yo del sofá no me muevo ni a tiros. Bueno, sí. Por la noche me voy a la cama.