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En España y también en Francia los campings están de bote en bote. Mientras tanto, hay un runrun entre algunos turistas, que empiezan a manifestar su hartazgo de los altos precios de los alquileres turísticos de Airbnb: si suben sus tarifas y además aplican una tasa que supera los 100 euros por limpieza, muchos piensan que al final sale más a cuenta irse de hotel. Eso, para el que pueda pagarlo. Porque muchos han optado por la autocaravana, que se ha disparado un 75 por ciento, y el cámping, un 90 por ciento por encima de lo normal. Y todas estas modalidades estaban hasta hace poco denostadas. En Francia los informativos ya hablan de las vacaciones de la inflación. Los galos se han refugiado en estas áreas en busca de descanso y hacen cuentas cuando van a hacer la compra. Ojo que aquí tenemos el drama de la escalada del precio del aceite, después de que la sandía se haya convertido en un artículo de lujo. Las vacaciones de nuestros padres pasaban por un bocadillo en un área de descanso y una tienda de campaña para dormir o la casa de los abuelos en el pueblo. Sus nietos vuelven a las andadas. Desde 2008 la clase media va reduciendo sus expectativas, apretándose un cinturón ya de por si apretado, ajustando los presupuestos haciendo gala de ingeniería financiera. Las vacaciones son un lujo asiático para muchas familias, al que muchas acaban renunciando. El drama viene cuando incluso vivir en nuestra Isla se convierte en algo prohibitivo. Conviene ir asumiendo que esto ya no es una mala racha: es la nueva normalidad a la que hay que irse acostumbrando.