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La guerra de Ucrania ha recuperado una figura casi mítica en cualquier contienda moderna: la del francotirador. Y los mallorquines –y baleares– podemos considerarnos los pioneros de estos guerreros implacables. Hace más de 2.400 años los honderos del archipiélago se convirtieron en una especie de mercenarios Wagner de la época, pretendidos por cartagineses y romanos. Los foners tenían una puntería envidiable y lanzaban sus proyectiles a una velocidad endiablada: 240 kilómetros por hora. Más que un saque de Rafa Nadal. El impacto, huelga decirlo, no era muy agradable. Además, pulían las piedras para ganar aerodinámica, convirtiéndose de paso en los primeros ingenieros bélicos de la historia.

Las hondas, normalmente, tenían tres medidas, dependiendo de lo cerca o lejos que querían llegar los lanzadores. Una especie de visor de francotirador, que se regula en función de la distancia del tiro. Estaban hechas de pita o esparto, así que además eran ecológicas. Unos adelantados a su tiempo. Cuentan que el general cartaginés Magón Barca, hermano del legendario Aníbal, allá por el año 205 a.C., pasó un invierno en Maó y quedó prendado de los honderos baleares, a los que fichó para su ejército.

Luego fueron los romanos, que para esto tenían mucha vista, los que contrataron a los foners como infantería ligera, unos vélites en versión mercenaria, que hostigaban al enemigo a distancia y desaparecían. Hasta el mítico Julio César, en su campaña de la Guerra de las Galias, utilizó a los feroces guerreros baleares. Putin, de haberlos conocido, también les habría puesto ojitos golosos. Seguro.