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Las redes sociales permiten algo que antes solo ocurría entre personas cercanas: el chismorreo a nivel global. Te enteras de cosas inimaginables sobre gente que vive en tu mismo barrio o en otro continente. Así hemos descubierto con estupor cómo son las ofertas de trabajo de muchos lugares de España, especialmente en el sector de la hostelería, donde parece que muchos aún viven en los años sesenta, cuando se pagaba en negro y se explotaba a los trabajadores haciéndoles creer que formaban parte de la ‘familia’. Por desgracia, según el Gobierno ha ido elevando el salario mínimo, el propio ‘mercado’ ha seguido sus pasos subiendo los precios hasta colocarnos en una situación insostenible. El empresario rara vez permite que sus beneficios disminuyan. Por eso, cuando se ve forzado a pagarle un poco más a su empleado, lo que hace es derivar ese gasto extra al precio de su producto. Ahí tienes una inflación desbocada. Ante la carestía de la vivienda, los carburantes y la cesta de la compra, los sindicatos empiezan ya a pedir una nueva subida del sueldo base. Hasta los 1.200 euros mensuales en una jornada laboral de 35 horas semanales. Algo lógico si tenemos en cuenta que los pensionistas ya perciben de media mil quinientos euros con sus catorce pagas. ¿Qué pasará? No hay que ser pitoniso para saber que la patronal pondrá el grito en el cielo, los partidos de la izquierda harán suyo el proyecto y, con el tiempo, se impondrá. Los patrones volverán a subir el precio de sus productos y así ad infinitum. Porque el problema sin solución del país no está en sueldos ni en precios, está en una productividad bajísima y en una dependencia fortísima del turismo. Y eso, ay, no hay izquierda ni derecha capaces de enmendarlo.