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El desarrollo de las testificales del juicio contra el juez Penalva y el fiscal Subirán ha evidenciado la obsesión de aquellos investigadores para incorporar a su simbólica colección de piezas de caza, tres ejemplares singulares.

El elefante es, en el mundo de la caza mayor un animal sumamente cotizado. En este país, su búsqueda, le costó la cadera y el reinado a un jefe de Estado. El blanco es un ejemplar único por su características, que diversas culturas y religiones lo incorporan a su imaginario colectivo.

Varios testigos han descrito durante el juicio la escenografía del despacho del juez Penalva, lugar presidido por la bandera de España y por un conjunto de cuadros, todavía incompleto, con numerosas fotografías del propio juez junto a animales cazados en África y en parajes nivales. Ese era el paisaje premonitorio que recibía a los detenidos. El periodista de Ultima Hora Javier Jiménez en su artículo de diciembre de 2017 titulado ‘Penalva: el cazador cazado por la madame’ ya definió brillantemente ese contexto, sin saber entonces que el juez llegó a exhibir su arma de fuego en varias ocasiones dentro del juzgado.

Otros testigos han descrito lo sucedido en el despacho del juez como un circo o un anfiteatro romano, un lugar de entretenimiento para unos y de triste sufrimiento para otros, en el que se llegó a definir a aquel fiscal como una ‘fiera’ de ese espectáculo imaginario. Durante la instrucción, un testigo refirió que Subirán en una ocasión le dijo que era como «un perro de presa, que cuando muerde no suelta».

El miedo al hoy exfiscal ha sido expuesto por numerosos testigos, de estamentos policiales, operadores jurídicos, deponentes y sobre todo, por los propios detenidos e investigados.

El recurso del miedo no puede ser, bajo ningún concepto, el instrumento empleado por ningún investigador para hacer progresar sus pesquisas. Las palabras terror, tortura, coacción, intimidación, han sido recurrentemente empleadas durante el juicio.

Escalofriante ha sido escuchar a un testigo, hoy absuelto y entonces detenido y encarcelado preventivamente durante 10 meses, explicar que pudiendo haber depositado la fianza para eludir la prisión, decidió continuar en ella dos meses más por el miedo que tenía a los avisos del juez Penalva en sus autos.

Numerosos abogados han narrado que su medio de acceso al contenido de las diligencias era la lectura de las continuas revelaciones a los medios siendo la causa secreta. Uno de ellos convenció a su jefe de la imprescindible suscripción a todos los diarios locales para poder defender a su cliente.

El contexto de aquel momento era que a los investigados se les leía medio código penal y no se les indicaba ningún hecho concreto punible del que poder defenderse, y a los que se les informaba escuetamente «tu sabrás que habrás hecho» o «alguien ha dicho algo» para que con ello, autocompletaran a su libre parecer el contenido.

Se ha hecho evidente durante el juicio la recurrente transformación de la información trasladada a las actas de declaración de los intervinientes, cuando esta pasaba previamente por el fiscal Subirán, convertido en una suerte de alquimista procesal. Mis admirados compañeros José Ignacio Herrero y Carlos Portalo, han dado con la fórmula que hubiera evitado todos estos problemas: grabar entonces las declaraciones en video.

Rodríguez, Gijón y Cursach eran las tres piezas anheladas por aquellos investigadores, que partían de una evidente confusión: en un Estado de derecho, cualquier investigación debe estar orientada únicamente a buscar la verdad. En su caso, los ahora acusados simplificaron presuntamente su actuación bajo el recurrente ofrecimiento de beneficios a aquel que delatara a un tercero o el anuncio de graves males procesales al que no lo hiciera, con un sistema sólo propio de regímenes totalitarios y del proceso inquisitorial, sometiendo al investigado al denominado ‘Dilema del prisionero’.