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Hace un año que te asesinaron, Jhina, un año que entraste en nuestras vidas para sacudir nuestra conciencia dormida. Los ‘policías de la moral’ te detuvieron por no llevar bien el yihab. Dijeron a tu familia que lo hacían para ‘reeducarte’ y devolverte luego a casa. Como en todo, mintieron. Tras torturarte salvajemente te llevaron al hospital. No querían que murieras en su comisaría. Agonizaste durante dos días en la UCI.

Tu asesinato fue una aldaba en nuestras conciencias. En Irán fueron miles las personas, mayoritariamente mujeres y jóvenes, que salieron a protestar a las calles. Lo hicieron quitándose los yihab, llevando el pelo suelto y atreviéndose a bailar, porque hoy bailar, grave delito allí castigado con la cárcel, es un acto de resistencia. De tu muerte nació una revolución feminista que, bajo el nombre ‘Mujer, Vida, Libertad’, ha inundado las calles iraníes y las ciudades de otros muchos países. Fueron miles las mujeres de todas partes que en solidaridad con vosotras se cortaron públicamente el pelo. Fuisteis la noticia que abrió los informativos de todo el mundo.

Hoy ya no sois noticia. Esta sociedad es demasiado cruel y superficial como para mantener viva la antorcha de vuestra lucha. Necesita noticias, muertes que aseguren audiencias. Pero, pese a su olvido, vuestra revolución sigue viva, Jhina, tú sigues viva en el corazón de quienes, más allá de etnia, género, ideología o religión, creemos que otro mundo no sólo es posible, sino que es imprescindible, un mundo que será feminista o no será.

El régimen está tan asustado que quiere acabar con este movimiento con más represión. Siguen las ejecuciones. Prohíben que entréis sin velo en bancos o tiendas, pero vosotras seguís ahí, con el pelo suelto, bailando en las calles y gritando «Libertad».

La semana pasada se organizaron actos y vigilias en tu recuerdo en muchas ciudades del mundo. Poco importa que no ocupasen las portadas de los principales diarios porque ‘Mujer, Vida, Libertad’ es un movimiento universal e imparable que se fundamenta en la justicia y la dignidad y, como las raíces, crece fuerte bajo la tierra para hacer que sus frutos puedan crecer en el futuro. Y vosotras las regáis cada día con vuestros versos, las ilumináis con vuestros bailes. Hoy sé que, gracias a ti y a todas las mujeres y hombres que mantienen viva tu llama, Irán será al fin un país libre y no ese estercolero de sangre y corrupción donde tiranos y sátrapas solo quieren que habite el olvido.