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Qué es una DANA? Una Depresión Aislada en Niveles Altos, dicen los meteorólogos. Hace unas noches cayó de nuestro cielo muy encapotado toda el agua posible, con luz –rayos– y ruido –truenos– acompañándole con fervor. El tamborileo del agua sobre el tejado de mi casa, junto al estruendo de los estampidos y los fogonazos de los chispazos celestiales, no me dejó dormir. Y pensé –pensar es asunto delicado donde los haya dice el gran Aramburu– que lo de DANA es aplicable con ligera modificación a la situación que algunos hombres y algunas mujeres atravesamos de la mejor manera posible e intentando preservar identidad, actual y futura, física y mental: una DANA, ¿puede ser en mi caso –y quizá en la tuya, lectora o lector– una Depresión Aguda de Nivel Alto? A mí me parece que sí, sin duda, porque y lo dice otro gran pensador, Lluís Quintana-Murci, con el que tuve el gusto de compartir una tertulia inolvidable, la depresión forma parte con la euforia de situaciones muy habituales en nuestro devenir diario. Y entre trueno y trueno y relámpago y relámpago, a veces con una sonrisa en mis labios, le di carrete a esta idea, intentando explorar las causas de que una nueva y redefinida DANA personal se asociara a la DANA meteorológica que estaba inundando mi terraza.

La situación de mi salud me sitúa en DANA redefinida oscilante, arriba y abajo, pero con fuerza en el corazón y optimismo en la actitud, gracias a que quienes me cuidan, colegas y familia, son increíblemente buenos. En sortirem, dicen, y un servidor a veces se lo cree y otras no, que no es mal asunto, área y tipo de relación que muchas veces he vivido con las pacientes que han tenido la bondad y la osadía de consultarme. Ánimo y adelante.

Alguna vez he escrito sobre la evaporización desgraciada de la educación de nuestro entorno. Esta mañana he cedido el paso a una señora en la puerta de acceso a la cafetería donde suelo desayunar. Me he apartado y le he dicho, «por favor señora, pase, entraré después de Ud.» Me ha mirado, ha sonreído, ha entrado y me ha dicho «es Ud. un antiguo». Me encanta esta antigüedad, hablaré con amigos míos anticuarios, a ver cómo me valoran. Que la educación sea un bien escaso y antiguo debería ser motivo de preocupación preferente.

Me dicen que algún maestro mío ha entrado en un proceso de pérdida de la memoria, de aislamiento sensorial, de olvidar lo que supo –mucho– y no poder aprender nada. Me disgusta mucho saberlo. A ellos les debo lo que soy o lo que fui, gracias, nunca, nunca, Santiago, Albert, podré compensar lo que recibí de vosotros. Y no hablo de saber operar como es debido algo ni de preparar adecuadamente una ponencia o un artículo médico. No. Hablo de lo básico que aprendí de vosotros, de la relación con las pacientes y sus familias, de la complicidad con colegas, de entender que el trabajo médico es un asunto no demasiado complejo si se aborda con la debida preparación y la necesaria empatía con el enfermo y con su familia, y también con los compañeros. Ahora alguno de ellos me reconoce con dificultad o a veces ni eso, pero siempre en mi recuerdo más querido, en el gusto más recordado y permanente, están ellos, sus enseñanzas y su ejemplo.

Enseñar es lo que ellos hicieron conmigo, no sé si con éxito. Y no es solamente aprender a su lado a identificar adecuadamente una enfermedad, un problema médico. No. Es también y fundamentalmente vivir, ejercer una profesión que necesita toneladas de empatía y de cercanía con el enfermo y su familia. Menos ordenador y más mirar a los ojos y más coger la mano de quien ha confiado en ti para que le ayudes a recuperar su salud.

Es que si no lo hacemos, una DANA personal va a inundar nuestro día a día y nos va a convertir en una sombra de lo que tenemos que ser, de lo que sabemos que tenemos que ser. Adelante, compañeras, compañeras, adelante. La Medicina con mayúscula lo requiere y las enfermas y los enfermos lo necesitan.