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Hace casi cien años, con la relatividad y el universo cuántico, la física teórica, que habita en los abismos abstractos de las matemáticas y de ahí no saca la nariz ni para respirar, se adueñó de esa ciencia y del saber en general, acaparando premios Nobel y relegando a los físicos experimentales a una segunda división del conocimiento, casi una mera tecnología. Más que física, esta física teórica es metafísica, y tan teórica que en buena parte todavía sigue siendo teórica. Indemostrable, pues sólo existe en fórmulas matemáticas. En 1932, en plena apoteosis nazi en Alemania, ganó el Nobel de Física Werner Heisenberg, el del principio de incertidumbre, pionero de la mecánica cuántica. Y al año siguiente, con el ascenso al poder de Hitler, el Nobel fue para Erwin Schrödinger, el del gato que no está ni vivo ni muerto, sino cuántico. Otro genio muy teórico del que el Nobel Heisenberg escribió: «Cuanto más pienso en la parte física de la ecuación de Schrödinger, más asquerosa la encuentro. Lo que escribe apenas tiene sentido, en otras palabras, es una mierda». No hay que tomar estas cosas al pie de la letra; los metafísicos pueden ser muy vehementes. Y esta pelea de nobeles no es nada comparado con lo que ocurre ahora con la teoría de cuerdas, teoría M o teoría del todo, de por sí indemostrables. De ahí que el Nobel de Física de este año a Pierre Agostini, Ferenc Krausz y Anne L’Huillier, expertos en la dinámica de los electrones y más experimentales que teóricos, es una novedad relajante. Como si la naturaleza aún fuese cuestión de ingeniería. Su hallazgo consiste en lanzar pulsos de luz (con láseres) de apenas attosegundos de duración, siendo el attosegundo la trillonésima parte de un segundo, a fin de ver y fotografiar esos electrones. La trillonésima parte de un segundo es más o menos el tiempo que la luz tarda en atravesar un átomo, y si eso ya les parece un tiempo metafísico, es una enormidad comparado con el tiempo de Planck, el que tarda un fotón en cubrir la longitud de Planck, por debajo de la cual no hay física, ni tiempo, ni distancia, ni nada. Max Planck, Nobel de 1918, sí que era un teórico. Hoy el mundo me parece un poco más físico. Un alivio.