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Pegando el oído a las explicaciones que se dan a los grupos escolares durante sus visitas al Parlament se me ha quedado que un año tocó la lotería de Navidad a los socios del Círculo Mallorquín –cuyo edificio es el que acoge ahora a la Cámara– y eso permitió ampliar las dependencias. Dirán voces puristas que eso no fue exactamente así, que hay una parte de realidad y otra no pero que una cosa no fue exactamente consecuencia de la otra. Pero es igual, para el caso no tiene importancia. De tanto oírlo se me ha quedado. Esa parte de la explicación siempre llega cuando el grupo escolar ha subido al primer piso y el guía (utilizo el masculino porque no he visto mujeres ocupándose de ese menester; no digo que no las haya) les habla de la escalera y les señala a la claraboya por la que entra un chorro de luz. Por esa escalera, aunque eso no se explica, bajan Fernando Rey y Ángela Molina en la versión para el cine de Bearn, la novela de Llorenç Villalonga. En la cinta, escribo de memoria, esa escalera simula ser la de un hotel de París y el salón donde se celebran los plenos, un restaurante. La joya del edificio es la biblioteca, donde el propio Villalonga tenía un sillón favorito (según entras, al fondo a la izquierda). Es una biblioteca poco frecuentada y por eso es un remanso de paz. Cuesta imaginar que puedan hallarse en un lugar como el Parlament espacios para no pensar en nada. El suelo es de madera y cuando andas oyes tus pasos. Tiempo atrás hubo un revistero a rebosar de publicaciones de papel. Ahora sólo hay una revista. Todavía se puede leer allí los periódicos que se editan en las Islas y los diarios, ya solo quedan dos, de Madrid. Ya no llegan de otro sitio. Es recomendable quedarse allí un rato, no tanto por los libros como por escuchar el silencio. Estos, los de las visitas escolares y los de la biblioteca, son otros momentos del Parlament. Sin ruido político ni sobreactuaciones.