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Para satisfacer a las llamadas comunidades históricas, la Constitución estableció un sistema casi federal de gobiernos regionales con instituciones propias cargadas de competencias y una ley electoral que las sobrerrepresentaba en el Parlamento.

Fue esta anomalía la que, durante muchos años, permitió a sus representantes en las Cortes vender caro su apoyo para gobernar a uno de los dos grandes partidos, en forma de traspaso de competencias. Así, poco a poco, con concesiones de ‘interés mutuo’, el Estado se fue debilitando. Entre tanto, Cataluña y el País Vasco se fortalecían. Cuando Artur Mas se creyó con derecho a exigir un trato económico preferencial y no se lo dieron, empezó la rebelión.

Se llega entonces a un periodo efímero de ‘confrontación’, que culmina cuando el Gobierno de Rajoy, con el apoyo del PSOE, aplica el artículo 155 de la CE, aunque las líneas rojas que no se podían traspasar fueran fijadas con timidez y de corta duración.

La siguiente fase, la de ‘apaciguamiento’, la inicia Sánchez, quien, a pesar de haber demostrado la historia su ineficacia, consideró que con cesiones parciales, que lindaban con la inconstitucionalidad, se podrían frenar las ansias separatistas.

Según esta política, la convivencia y la paz se deberían preservar aunque fuera a cambio de la aceptación de hechos consumados que trasgredían las leyes.

Ahora, ante la necesidad de contar con los votos de los separatistas catalanes para poder ser investido presidente ha iniciado la fase ‘infamante’. En esta no se persigue ningún bien común, aunque fuera equivocadamente; el único objeto de las concesiones es seguir en el poder al precio que sea. Y el precio de la groseramente inconstitucional ley de amnistía es muy alto: se carga la legitimidad del Estado, que debe pedir perdón por la represión policial y judicial que ejerció sobre los que consideró sediciosos sin serlo; se carga la Transición, deja al Estado desprotegido y constituye un acto arbitrario para beneficiar a los golpistas y situar al autor en La Moncloa. Y, para ratificarlo, ahí estará el TC, convertido en perro fiel que hará buena tanta desvergüenza.

¿Alguna vez nos daremos cuenta de que con Cataluña solo cabe la conllevanza que nos enseñó Ortega?