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Balzac, que de la comedia humana sabía bastante, aseguraba que lo que más nos desgasta son nuestras convicciones. Por frotamiento, se entiende. Toleraba las opiniones, y que quién quisiera las tuviese a condición de no defenderlas demasiado, pero las convicciones, fuesen políticas, literarias o morales, le parecían una locura nefasta. Una inflamación de la mente, provocada a menudo por la condensación y cristalización de un grumo de opiniones dispersas, que adquieren forma de guijarros cerebrales. Pedruscos cúbicos que el portador toma por diamantes, y hasta ubica ahí su alma. En sus convicciones. Esto último, a partir de la inflamación mental, ya no lo dijo Balzac, pues en su tiempo no había tantas convicciones marmóreas como ahora, ni tan estudiadas. La gente tampoco estaba conectada, y la comunicación dejaba mucho que desear, razón por la que Balzac habla del desgaste producido por las propias convicciones, sin considerar el que también generan las convicciones de los demás al frotarse con las nuestras. Saltan chispas, claro está. El desgaste es tremendo. Cuando se habla de polarización y elevados niveles de conflictividad en nuestras sociedades tecnológicas, se está hablando de convicciones. Informarse en el presente es encajar una granizada de convicciones, o frotarse contra una pared rugosa. Realmente no me explico de dónde ha salido semejante cantidad de convicciones, políticas, religiosas, morales o literarias (los relatos), en un mundo cada vez más liviano y exento de ideas. Y ahí llegamos a donde no pudo llegar Balzac, que consideraba todas las convicciones una hinchazón supurante de la mente. ¿Y si resulta que las convicciones, en teoría una construcción del intelecto, son en realidad emociones y sentimientos cristalizados? Eso lo explicaría todo, incluyendo su actual abundancia. Podría ser que para que un fluido grumoso de opiniones se concentre y apelmace suficiente para petrificar en una convicción, se requiera a modo de argamasa un elevado porcentaje de emotividad monda y lironda. De ahí que un individuo impulsado por la convicción se emocione de verdad, se conmueva, se indigne, grite. Los observamos a diario. «Están radiantes», decía Balzac.