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Son días de grandes algarabías en torno a la negociación de investidura de Pedro Sánchez. Hoy podemos oír los gritos, las descalificaciones y las alarmas más agoreras de la ruptura de España. Imponen su discurso quienes más alto gritan cuando lo que en momentos como este lo que se necesita para resolver los problemas no son gritos y amenazas, sino diálogo y escucha. Querer imponer, incluso por la fuerza si es necesario, nuestro discurso al de los ‘otros’ no lleva más que a echar más leña al fuego. No hubo más crecimiento del independentismo en Catalunya que cuando se intentó resolver el ‘conflicto’ con togas y piolines. Sólo quienes no ven, quizá porque no les interesa ver, pueden negar que la situación hoy es mucho mejor que en 2017, aunque todavía queden muchas heridas por cerrar.

Un problema político sólo puede resolverse desde la búsqueda de soluciones políticas. Judicializar el conflicto fue, quizá, el mayor de los errores que pudieron cometerse porque no ha llevado más que a que cada parte se encone en sus posiciones. Por eso hay que apartar las soluciones judiciales y, con generosidad y altura de miras, hacer de todo aquello borrón y cuenta nueva, y eso es algo que solo puede lograrse mediante una amnistía. De nada nos sirve culpar al otro, exigir que caiga sobre él «todo el peso de la ley», cuando lo único que verdaderamente resolverá el problema es intentar ponernos en sus zapatos, comprender lo que quiere, escuchar lo que pide para, llegado el caso, buscar los puntos que podamos tener en común con él para, juntos, buscar la solución a nuestros problemas, porque no son suyos, son de todos.

Cuando uno de los dos miembros de una pareja quiere el divorcio, que el otro se niegue a concedérselo y que se cierre en banda sin querer escuchar sus razones solo lleva a un empeoramiento de la relación y a un callejón sin salida. Negarle su derecho a divorciarse nunca salvará ese matrimonio. Hay que intentar entenderle, intentar eliminar aquello que nos separa y potenciar lo que aún puede unirnos, y llegado el caso, no queda otra que dejarle que decida por sí mismo. Y eso significa que él y sólo él, pueda decidir lo que quiere, no que decidan el otro cónyuge, los hijos, los padres y los suegros. Por eso los escoceses votaron solos, sin que lo hicieran galeses o ingleses, y en Quebec solo los quebequeses. Ser demócrata no significa ganar unas elecciones, sino admitir su resultado, aunque no nos guste. Son días de diálogo y generosidad, no de gritos, descalificaciones y amenazas.