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A los ruidos de la ciudad, bocinazos, sirenas, martilleo en las obras, vamos a sumar unos cuantos tiros. A Palma no solo le encanta ser tomada por miles de despistados cruceristas, ahora va a sumar a su banda sonora las descargas de los cazadores. Se ha salido con la suya Vox, el partido que pone sobre las cuerdas al PP a cambio de que gobierne la ciudad, en castellano a ser posible y a tiro limpio en la Palma rural.

Se han hecho una fotografía en Cort, el vicepresidente del Consell Pedro Bestard, un morrocotudo defensor de las bondades de la cinegética, el que fuera general Fulgencio Coll y seis hombres, uno de ellos parece menor de edad y otro con un camiseta verde en la que se lee ‘Fuck’ (Joder). Estos son los mimbres de estos cazadores.

La propuesta será realidad esta semana cuando en una serie de zonas rurales de Palma se permita la caza en temporada. En unas 3.000 hectáreas de Palma saldrán los amigos de la caza a buscar sus presas. ¿Quién va a controlar sobre qué animal disparan, si cae un ejemplar de una especie protegida? Solo de pensar que una descarga pueda caer sobre uno de a pie, alguien que busca la soledad de los caminos, huir de la excitada ciudad, se me hace ovillo el estómago. No soy la única; los vecinos de Son Puig-Parc Natural de Ponent han dado la voz de alarma y tachan de «decisión grave e irresponsable» al Ayuntamiento y al Consell. Piden que la ciudadanía denuncie cualquier infracción o situaciones peligrosas que provoque la gente con armas. Crucemos los dedos para que no lamentemos una decisión que no comparto.

No me gustan las armas. Si tienes una, la vas a usar. Más tarde o más temprano. En EEUU es fácil hacerse con una pistola. Esta semana hemos leído como un instructor de armas de fuego y miembro de la reserva del Ejército ha asesinado a 18 personas y herido a 13 en un tiroteo cerca de Maine. No estoy estableciendo ningún paralelismo entre los amigos de la cinegética con Robert Card, solo que las armas me alertan. Por eso prefiero no tener cerca a los amigos de la caza, no sea cosa que se les escape un tiro y por más sin querer, acabe impactando sobre una persona.

El escritor Miguel Delibes, nada sospechoso de ser amigo de atormentar a los animales y maltratar la naturaleza, fue cazador. «La caza es un esparcimiento fundamentalmente dinámico. El morral hay que sudarlo. La cacería se monta sobre madrugones inclementes, ásperas caminatas, comidas frías en una naturaleza inhóspita, lluvias y escarchas despiadadas... Pero hay algo que compensa al cazador de tantas contrariedades. (…) Una pieza en perspectiva basta para que toda molestia se disipe y se produzca en el cazador una profunda remoción psíquica. (…) la caza, más que una afición, es un pasión».

Todos sabemos cómo acaban las pasiones. Por si acaso, me voy a poner a cubierto.